Hace algunos años que decidí dejar de lado las maratones del Sitges Film Festival, en especial la Japan Madness. Hace algunas ediciones me vi a las 5 de la madrugada intentando ver la gamberrada llena de acción que era Yakuza Weapon de Tak Sakaguchi y me era imposible mantenerme despierto a pesar de que la película no da un respiro. Para eso me quedo en la cama, si no voy a poder ni ver las películas. Pero este año, no se muy bien porqué, me llamó la atención la selección maratoniana propuesta, excepto Vampire Clay que era la última y susceptible de no ser vista -como de hecho pasó finalmente- y nos liamos la manta a la cabeza, junto amigos y compañeros festivaleros, que así se lleva mejor, y allá que nos fuimos.

La primera cinta de la velada fue GhostMaster, del joven realizador Paul Young, de padre americano y madre japonesa afincado en Japón y que estuvo presentado la película totalmente desatado -y quizás algo borracho-. Su tráiler daba algo de miedo, ya que parecía una copia a lo destroyer del estilo One Cut of the Dead… pero nada más lejos de la realidad.

La historia nos presenta a Akira Kurosawa, un realizador sin mucha experiencia pero con un gran ímpetu que ejerce las labores de ayudante de un director que intenta hacer una película romántica con unos jóvenes actores en un instituto abandonado. Entre los caprichos de las dos estrellas protagonistas y la ineptitud de parte del equipo es evidente que la película no saldrá muy bien, pero él no desespera, y tiene la esperanza de llevar a buen puerto un drama de ultratumba que está escribiendo y que, para sorpresa de todos y cual deseo cumplido, cobrará vida como libro del infierno para llevar a cabo su propia película macabra y asesina.

A partir de aquí os podéis imaginar que sucede, litros de sangre y acción gore, una puesta en escena de bajísimo presupuesto y efectos visuales muy ajustados, pero resultona en su acabado final y trepidante y divertida como pocas. Además la cinta se plaga de referencias freak a la cultura pop no solo japonesa sino occidental, con momentos tremendamente delirantes. Diversión a raudales que disfrutaran todos los mínimamente aficionados al género.

La segunda cinta de la noche, y curiosamente una de las que tenía ganas de ver, es Fly my to the Saitama, la última producción hasta la fecha del director Hideki Takeuchi, conocido por los aficionados por firmar ambas partes de Thermae Romae.

Parece ser que en Japón, o al menos según la premisa de la película, hay una enemistas regional entre Tokio y sus regiones aledañas, concretamente Saitama. La cinta sigue a una familia de Saitama que va a Tokio mientras escuchan una especie de radio novela con una historia supuestamente real del pasado de la región que narra un enfrentamiento entre los aristócratas creídos de Tokio y los humildes oprimidos de Saitama. Esto es lo que veremos en la película, esa radionovela… y algo más…

Lo primero que sorprende de esta cinta es su estética. Cuando se nos dice que estos hechos ocurren en un pasado japonés, uno podría esperar una estética Jidai-gelki, pero aquí se usa un estilo barroco europeo, digno de una corte francesa, totalmente recargado y rocambolesco. A esto sumamos una música muy aristocrática y un estilo narrativo acorde a ella, con el conocido artista Gackt realizando una interpretación que es casi una parodia de su propia imagen de gentleman… algo bastante absurdo que casa con la idea general de la cinta, una comedia bastante inocentona, y nada desatada, que vendría a ser el “Ocho Apellidos Vascos” japonés ya que basa su humor en los clichés regionales -y en un final super rocambolesco-, aunque es disfrutarle por si misma si entras en la propuesta.

A pesar de tener la sensación de que me estaba perdiendo buena parte de la comedia, yo me lo pasé bien y no me vine abajo -el mayor peligro de una maratón-. A veces el humor este simplón y estúpido me entra muy alegremente -otras veces no-.

Finalizamos la noche -ya adelantaba que la última película nos la saltábamos-, sorprendentemente fresco para ver la película que más ganas tenía de esta maratón, Signal 100 de Lisa Takeba, adaptación del manga homónimo de Arata Miyatsuki -que, evidentemente, no he leído-.

Comenzando como la típica película de institutos japonesa, nos trasladamos a una clase relativamente problemática donde su profesor está ya más que harto de aguantar las faltas de respeto de sus alumnos. Un buen día antes de las vacaciones les dice han sido hipnotizados y que ha implantado en sus mentes 100 normas que deben cumplir, sino la hipnosis hará que se suiciden. Al amanecer solo podrá quedar uno o todos morirán, una vez dicho esto es el profesor quién se suicida. A partir de aquí deberán sobrevivir, y el primer paso es conocer cuales son esas 100 normas.

Su comienzo es algo verdaderamente brutal, impactante y bastante bruto a nivel de suicidios “creativos” de los alumnos. Pero luego la cosa se convierte en una especie de survival bastante light, donde, a lo Battle Royale pero sin violencia, cada alumno sacara a relucir su personalidad y algunos harán uso de su poder para manipular o directamente forzar el suicidio de sus compañeros. Por su parte otros intentarán sobrevivir apoyándose entre ellos y todo se centra en ese variopinto conflicto, sin desparramarse excesivamente en gore o acción. Queda ahí, en un termino medio entre momentos de cierto impacto y drama survival juvenil, bien realizado pero suave para las horas de la madrugada en que la vimos.

Aún así nada mal, me sorprendió para bien ya que, aunque tenía ganas de verla, no es que tuviera grandes expectativas.

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