¡Cuánto tiempo, amigos de Asiateca! Durante estos dos años de ausencia, el Historica de Kioto se ha seguido celebrando con invitados ilustres, como el longevo (casi inmortal) Yoji Yamada, pero por mucho que me pesara, siempre coincidía con compromisos laborales. Este año no quería renunciar al privilegio de este festival y me tomé el lujo de coger un par de días de vacaciones para tener un encuentro con dos grandes: Daniel Aguilar y Takashi Miike. Dos días que cundieron mucho, como suele pasar con los buenos festivales.

Domingo 30 de octubre.

Madrugo para llegar a la primera sesión de las 10:30 y ver por primera vez Ashura (Ashura Jo no Hitomi, 2005). No sé cómo se me había escapado hasta ahora, probablemente pasó camuflada y desapercibida dentro de aquella ola post Azumi, detrás de títulos tan famosos como Casshern. O puede que injustamente coincidiera con el desgaste del género a título propio que provocó, precisamente, aquella flojisima secuela de Azumi dirigida por Shuzuke Kaneko. El caso es que me encuentro con una auténtica joya, llena de fantasía, imaginación y muchísimo amor por el kabuki. Dirige un Yojiro Takita pre-Departures, es decir, con plena experiencia en el cine comercial pero sin la presión de tener que seguir siendo un director de prestigio internacional después de su nominación al Oscar. La película es una adaptación libre de una obra del teatro “Gekidan☆Shinkansen”, que los sitgeros conocen muy bien por las famosas sesiones de Gekicine, pero sin las ataduras del medio, para bien, en este caso.

Descubro entusiasmado al actor Somegoro Ichikawa, que interpreta a Izumo Wakuraba, un antiguo cazador de demonios que se convierte en un actor de kabuki de éxito. Lo que parece un canallita presumido y galán que saborea las mieles del éxito, esconde un alma atormentada que quiere escapar de su violento pasado. No solo los matices de su personaje son brillantes, es que, como actor real de kabuki de familia de linaje ilustre, los Korai-ya, nos regala unas escenas, unas frases y unos gestos tan conscientes de su condición teatral que es que cuando completa un “mie”, es decir, esa pose final del kabuki en el que el actor estira los brazos, da un golpe seco de cabeza al aire y entorna un ojo con expresión contundente, dan ganas de aplaudir y soltar un “¡olé!” versión japonesa de las que se decían en el kabuki antes del covid (hoy en día está prohibido gritar en los espectáculos en vivo como medida de prevención).

Otra cosa que llega al alma en esa oda de amor al kabuki que es Ashura es la aparición de Tsuruya Nanboku IV, creador de Tokaido Yotsuya Kaidan, que aquí hace de una especie de Sancho Panza a la inversa porque, mientras el protagonista reniega de la fantasía como medio de autoprotección, este le alienta y anima a participar de los sucesos extraordinarios que acontecen en la historia y así recuperar la inspiración perdida para seguir escribiendo las mejores obras. Maravillosa es la escena donde la actriz coprotagonista se cuela en los ensayos de Yotsuya Kaidan y le da el cambiazo al actor que hace de Oiwa, que ya iba maquillado con su cara desfigurada para entrar en escena desde una compuerta bajo el escenario y hacer una aparición fantasmal. Yo he podido disfrutar dos veces de esta obra de kabuki en el teatro con dos compañías diferentes y en todas mantuvieron, orgullosos y divertidos, todos los elementos fantásticos y trucajes escénicos tradicionales que harían la delicia de David Copperfield. Siempre con un exhaustivo respeto por la planificación primigenia del señor Namboku.

En definitiva, dos horas fascinantes de cine fantástico con acción a raudales, amor, tragedia, personajes complejos y tridimensionales, efectos especiales prácticos sobresalientes (uno de los responsables es el gran Tomoo Haraguchi, no podía ser menos) y unos efectos especiales por ordenador sorprendentemente bien integrados, en el que se usa mucho croma pero en total equilibrio con el tono del film. Y lo mismo con el CGI, excesivo en su justa medida; parece un milagro.

Termina la película y voy corriendo a comer porque la siguiente sesión empieza en apenas una hora.

No me puedo ir muy lejos del lugar donde se celebra el festival, el Museo de Kioto, así que dudo entre un spicy curry con muy buena pinta o un potente tsukemen con carne de cerdo ibérico en el restaurante Slurp (sí, se llama así). Hay muchos domingueros en ambos sitios y esperar es inevitable. Al final me decanto por el ramen porque, como es comida rápida, la cola va más deprisa. Pido el tamaño normal, pero resulta demasiado, sobre todo si quiero estar despierto durante la película. Me dejo llevar por la lujuria de los fideos y al acabarlos, echo caldo en los restos de sopa para rebajarlo y beberme hasta la última gota. Con la de sal y colesterol que tiene eso… no tengo remedio.

Miro el reloj y regreso pitando, casi a nivel de flato y sudores, porque me espera Daniel Aguilar para entrar en la sala.

Como muchos de vosotros, descubrí a Daniel Aguilar por el libro de “Cine fantástico y de terror japonés 1899-2001”, convirtiéndose en un referente que se confirmaría con “Japón sobrenatural: Susurros de la otra orilla” y de ahí hasta nuestros días. En estos tiempos donde los prescriptores de cine asiático presumen de deglutir películas sin subtítulos solo para decir con sus reseñas que las han visto antes que nadie y ganarse la admiración del fandom transigente, donde divulgadores cinematográficos hacen entrevistas por mail a profesionales del cine chino que no hablan inglés usando el google translator y mucha imaginación, la figura de Daniel Aguilar parece excepcional. Residente en Japón desde hace décadas, traductor profesional, cinéfilo y lector empedernido, se ha implicado tanto llevando de primera mano a autores y cineastas japoneses a España que se ha ganado el corazón sincero de muchos y puede decirse que él mismo ya es parte de la cinematografía nipona. Por fortuna, sigue constante en su labor como traductor de tesoros literarios japoneses de los que sin él nunca hubiéramos podido disfrutar más allá de versiones resumidas, erróneas y viciadas traducciones al inglés.

Nos conocimos cuando ambos colaboramos en el documental Los albores del kaiju eiga de Jonathan Bellés y no nos vemos desde mi último viaje a Tokio a finales de marzo, que fui para asistir a un concierto. Esa vez me presentó a Tomoo Haraguchi y me llevó a su bar-museo del cine kaiju, donde uno se puede tomar un copazo al lado de piezas de coleccionista originales y ver fragmentos de Sukeban Deka o Ultraman Ginga, comentadas por el propio autor que está al otro lado de la barra. Por supuesto este no es un negocio convencional y solo se puede entrar por invitación expresa a conveniencia y capricho de su dueño. No sé con qué tuve más fortuna, con haber conseguido una entrada para ver a Twice en el Tokyo Dome o con haber podido entrar aquí y compartir tertulia con una leyenda viva del tokusatsu. Estas cosas solo suceden en Edo.

Al encontrarnos, como me conoce muy bien, me obsequió con dos tesoracos: Un ejemplar de “Rampo: la mirada perversa”, el único libro de sus antologías de Edogawa Rampo que me faltaba, y, lo que más esperaba, su última traducción para la editorial Satori, “Pesadillas electromagnéticas de la ciencia ficción japonesa” de Juza Unno. Con este último libro, Daniel Aguilar retoma y amplía con creces la antología de este autor que empezara en “Pioneros de la ciencia ficción japonesa. Destellos de luna”. A pesar de lo engañoso de la portada, no es ciencia ficción hardcore, es pulp con elementos del eroguro y detectivesco que tan de moda estaba en el periodo de entreguerras en Japón. Pura literatura popular loquísima y apasionante que hace que pierdas la noción del tiempo; lo mejor para leer en el metro. Las antologías seleccionadas por Daniel Aguilar siempre son garantía de calidad, diversión asegurada, placer culpable con preferencia que nunca conocerá la montaña de libros pendientes por leer que todos tenemos.

A las 2 de la tarde comienza Yashagaike (Demon Pond, 1979) en su versión restaurada y remasterizada mostrada últimamente en casi todos los festivales internacionales. No hace muchos años que la había visto por primera vez en casa con subtítulos de Allzine, pero siempre es de agradecer verla en pantalla grande y en las mejores condiciones de imagen. El reencuentro fue muy grato y enriquecido porque, a diferencia de la primera vez que la vi, mis conocimientos sobre kabuki son mucho mayores que antaño y he podido apreciar con más calma y sosiego cosas que antes se me habían pasado por alto o no consideraba relevantes.

El comienzo de la película ya es fascinante de por sí, con esa ambientación en las zonas rurales de la era Taisho, que casi parecía que el personaje que interpreta Tsutomu Yamazaki se fuera a cruzar con el detective Kindaichi. La referencia a las novelas detectivescas de Seishi Yokomizo no es baladí, en lo que parece una consecución de sucesos fortuitos, nos van planteando más y más incógnitas como si fuera un relato de misterio: Un pueblo en sequía absoluta, un verde y frondoso bosque al lado de un lago y una misteriosa pareja de ermitaños que mantiene una promesa ancestral a los dioses con el fin de que no inunde la comarca y acabe con sus 8000 almas. Y del costumbrismo hiperrealista donde un hombre de ciencia se enfrenta a la superstición, zas, se pasa a la fantasía metiendo un interludio con yokais y demás criaturas antropomórficas en un espacio casi teatral. Se desarma la narrativa, se establece que lo fantástico es real y, junto con los seres mitológicos y la Diosa Serpiente, pasamos a ser testigos de qué es lo que pasa cuando las supersticiones se interpretan y modifican a la ligera por puro pragmatismo.

El final, es todo un ejemplo de la magnificencia del arte de las maquetas en el cine japonés donde se apuesta el exhaustivo trabajo de los mejores artesanos a una sola toma. Tremendo.

Pero el pilar en el que se sustenta la película de Masahiro Shinoda, es, por supuesto, Bando Tamasaburo V. Se podría decir que es una película especialmente hecha para lucimiento del artista y para disfrute de sus fans. Es inconmensurable cómo aguanta los primeros planos y unas escenas largas donde exhala fragilidad, misterio, delicadeza y deseo, tanto cuando interpreta a Yuri, con ropa y peinados de campesina con maquillaje normal, como cuando interpreta a la Diosa Serpiente, con el maquillaje blanco del kabuki y kimonos y pelucones fastuosos. Cuando rodó la película tendría 28 o 29 años, por lo que estamos hablando de la plenitud de su condición física con la ventaja de una experiencia acumulada desde la niñez. Probablemente, una butaca en primera fila en alguna de sus representaciones durante esos años costaría una auténtica fortuna inasumible para cualquier bolsillo, por lo que esta película se puede considerar un documento gráfico histórico de inconmensurable valor cultural.

Respecto a la percepción que se pueda tener de esta película por parte de un público no entrenado, hay una cosa que me siembra dudas. Para su pase en Sitges, una persona denominó a Yashagaike como “una perla yokai combativa y queer”. Me quedé con las ganas de escuchar sus argumentos, pero realmente esta sentencia, aparte de lo de perla, es discutible. Combativa, puede serlo, en cuanto que habla del olvido del campo por parte del gobierno central, del trato condescendiente de la gente de ciudad a los pueblerinos, de la importancia de mantener las tradiciones y de no menospreciar las leyendas ancestrales. En cuanto a lo de “queer”, no encuentro nada de ello en el relato. Por si hay alguien con graves desconocimientos del mundo del kabuki que haya llegado hasta aquí y que así lo crea, lo explico: Bando Tamasaburo V es un actor de kabuki especializado en “onnagata”, es decir, en interpretar papeles femeninos. Desde pequeños reciben una formación teatral estricta en la que pulen gestos asociados a los diferentes estereotipos femeninos. Estos actores, siempre interpretan a mujeres cis heteros, como en este caso. Al ser personajes cis heteros, no hay ningún trasfondo asumible al colectivo LGTBIQ+. De todos modos, este teatro poco tiene de queer y combativo, porque realmente no hay modalidad artística en la actualidad más heteropatriarcal en todo el mundo que el kabuki; pero a niveles tan rancios y vergonzosos como que cuando un actor de kabuki se casa, su esposa tiene que abandonar su carrera profesional para dedicarse en cuerpo y alma a cuidar de su familia de artistas. Puede ser, como ha pasado, que algún actor se considere parte del colectivo, pero eso es algo privado completamente ajeno a este arte. No es el caso de Kurotokage (1968), por ejemplo, donde Akihiro Miwa sí que reconocía abiertamente su transexualidad y explotaba en pantalla el encanto de su identidad de género para escandalizar al espectador como ejemplo de modernidad. Hablando de escándalos y volviendo a Yashagaike, hay una escena en primer plano de un beso en los labios entre Bando Tamasaburo V y el actor Gō Katō que decididamente debió ser motivo de jolgorio y desmayo por parte de los fans. Ay, esta película es oro de ley.

Para la siguiente sesión hay otra película cuya existencia desconocía completamente: Samurai Resurrection, segunda adaptación cinematográfica de Makai tenshô. Soy muy fan del Samurai Reincarnation (1981) de Kinji Fukasaku, sobre todo por lo excesivo de Kenji Sawada, uno de mis musos del pop japonés que estaba en esa época on fire, siempre rebasando todas las líneas inimaginables en un acto continuo de provocación con el beneplácito de las masas enfervorecidas. Kenji Sawada es un divo, un tesoro de la cultura popular japonesa, pero muy mal e incorrectamente percibido por el espectador medio occidental, que lo descubrió con La felicidad de los Katakuris y vio simplemente a un señor raro, sin saber que su intervención era un acto de nostalgia desde la ironía postmoderna por parte de los responsables de la película. Si tanto cuesta ver sus actuaciones musicales en youtube, al menos disfrutad de su intervención en la que considero la película más entretenida de Shinya Tsukamoto: Hiruko the Goblin; y la persona con criterio de verdad que vea “The Man Who Stole the Sun”, que es una obra maestra.

Disculpadme la divagación. Finalmente no me meto en dicha sesión porque Daniel Aguilar me espera para cenar con un amigo suyo director de cine: Daiji Hattori.

Daiji Hattori lleva más de veinte años de carrera en el cine japonés como freelance, aunque casi siempre vinculado a la productora cinematográfica Shochiku. Los estudios de cine de la Shochiku son vecinos de los de la Toei, en el distrito de Uzumasa, donde la Toei Kyoto Studio Park. El grueso de la producción de ambos en esta localidad se basa fundamentalmente en jidai geki para cine y televisión. Aunque no llega a niveles del pasado donde cada mañana se movilizaban a miles de técnicos, artistas y extras, todavía pueden presumir de una importancia real en cuanto a la producción de contenidos relacionados con el género histórico en Japón. Fue muy curioso que cuando le enseñamos el programa del festival él, siendo totalmente ajeno al evento, se sorprendió y comentó divertido que había participado en cuatro de las películas programadas este año. Kioto es muy pequeño.

Fotografía tomada en el bar de Tomoo Haraguchi

Fotografía tomada en el bar de Tomoo Haraguchi

Daiji Hattori y Daniel Aguilar se conocieron durante el rodaje de Death Kappa. Daniel interpretaba al legendario profesor Tanaka en unas escenas rodadas durante la jornada final, draconiana y maratoniana de la producción dirigida por Tomoo Haraguchi y Daiji era el ayudante de dirección. Precisamente, de Tomoo Haraguchi tomóo, digo, tomó el relevo para dirigir la secuela de aquella otra joya del jidai geki más punk que era Kibakichi, cambiando ligeramente el tono para convertirla en una historia de amor de corte licántropo y fantástico. Kibakichi es una gran joya que desgraciadamente no cuenta a día de hoy con una edición oficial en España.

Por mi parte, Daiji Hattori me ganó como fan incondicional cuando me enteré de que su primera película como director fue una de la saga Ninja Vixen, la de Flame of Seduction, protagonizada por la leyenda del cine para adultos Nao Oikawa.

Nao Oikawa, musa erótica suprema, fue reina de un star system histórico hasta el momento de su retiro del cine X. Una cosa muy curiosa, que se puede hilar con la Toei, es que años después, la misma Nao Oikawa sería la villana fija de Engine Sentai Go-Onger. Me parece formidable que una exactriz porno pueda reconvertirse en la actriz de una serie infantil de ámbito nacional, producida por la compañía más importante de Japón, de una forma orgánica y natural, sin tener que acudir a reivindicaciones ni ironía postmoderna. Afortunadamente, su caso no sería el único.

La tertulia con Daiji Hattori se hace apasionante, no dejo de pedirle que me cuente batallitas y, hablando del poco presupuesto con el que suelen contar y, sobre todo, de lo rápido que se ruedan las películas en Japón, se acuerda de su experiencia con Kinji Fukasaku cuando trabajó de meritorio en Crest Of Betrayal / Chushingura gaiden yotsuya kaidan (1994). A diferencia de una película normal del Fukasaku, cuyo rodaje solía durar alrededor de una semana con jornadas de 21 horas al día, en este caso, al conmemorarse el centenario de la Shochiku, le dieron un presupuesto más holgado que daba para rodar durante un mes, pero las jornadas seguían siendo maratonianas y sin días de descanso. En esa época, al ser un simple meritorio, Daiji no tenía nunca contacto directo con el director, pero una madrugada durante su descanso tuvo que llevarle un sobre a su despacho. Al llegar, Kinji Fukasaku estaba en un sofá despierto con un vaso de whisky. Esto era lo que hacía en las pocas horas de descanso que se permitía al día, beber whisky, nunca dormía. El joven Daiji Hattori le dejó el sobre en su mesa casi sin mediar palabra, y cuando iba a cerrar por fuera, el Fukasaku le preguntó:

—Chico, ¿te gusta el natto? —Asintió tímido. — Pues coge una bolsa de la nevera y te la llevas a tu casa.

Esa era la dieta fundamental de Kinji Fukasaku durante los rodajes: Whisky y natto. Por eso vivió tantos años, que el natto es buenísimo para la salud. Daiji Hattori resultó ser un señor muy cercano y amable. Ojalá haya más oportunidad de verse y podamos beber juntos cuando pase por Osaka para ver a los Hanshin Tigers, del que es ferviente seguidor.

Viernes 4 de noviembre.

He cogido el día libre exclusivamente para este evento: Blade of the Inmortal (2017) y charla de Takashi Miike en persona.

La sesión empieza a las 13:30, así que antes aprovecho para comer y me quito la espinita del otro día en el sitio de curry que descarté. Entro en Kamal, muy cerca del Museo de Kioto y enfrente de la oficina de correos de arquitectura de la era Meiji. Pido un curry doble; por un lado guiso de tendón de ternera y tomate, por el otro, curry de verduras. Éxito absoluto en ambas elecciones: el curry de guiso de tendón de ternera con tomate estaba tan espeso, jugoso y tierno que se deshacía en la boca sin masticar. El de verduras, era prácticamente una sopa de curry con verduras frescas de temporada. Sorprendentemente, ninguno de los dos curris era picante y el cocinero no permitía añadirlo. Sí que tenía, por supuesto, una cantidad ingente de especias, que le daba a todo una profundidad y una complejidad tal que no sabías si respetaba los platos indios o estaba jugando como un niño con un quimicefa en reyes. Delicioso. Espero repetir más veces.

Respecto a Blade of the Inmortal, era la segunda vez que la veía. Si la primera me gustó mucho y la consideraba la mejor que hiciera Miike ese año, esta vez me ha parecido magistral. Hay una cosa muy brillante en la famosa primera escena de la batalla campal de uno contra cien en blanco y negro, porque está planificada muy frontal, con teleobjetivos y velocidad de obturación rápida, que hace que todo se vea confuso y tosco; viene muy bien para recalcar la crudeza de la situación, pero también sirve para falsear de forma sencilla la distancia entre los actores, por lo que pueden hacer como que se pegan mandobles los unos a los otros sin peligro de lesionarse y ahorrando tiempo en ensayos y coreografías. Todo este embrollo de carne seccionada, amputaciones, figuras que saltan, que caen, que golpean y empujan, obtiene su contraste en el siguiente gran plano general cenital, con el suelo cubierto de cadáveres y un agotado y malherido Takuya Kimura a punto de desplomarse. Y de aquí a una genialidad casi excepcional dentro de la rutinaria serie de live actions que hemos tenido los últimos lustros, incluídos muchísimos del propio Miike. Aquí se hace de una serie de 30 volúmenes un relato con principio y final, con total autonomía y consistencia, que no necesita de la complicidad del espectador para rellenar huecos de guión ni te dejan a la espera de una secuela que cierre la historia.

Filmicamente, el director de fotografía Kita Nobuyasu se luce, tal vez por insistencia del productor, Jeremy Thomas, quién sabe. La película transmite lo fascinante, hipnótico y embriagador de las frías y neblinosas mañanas del otoño en las montañas de Kioto, de esas que calan hasta los huesos, pero que también cobijan el alma.
Por parte de los actores, de Kimura Takuya poco se puede pedir, se interpreta a sí mismo como siempre, pero es lo que se quiere de una super estrella, de un ídolo de masas como él. En esos años era el hombre más deseado de Japón junto a Masaharu Fukuyama. Y lo sigue petando; ojo a la que se formará cuando se estrene The Legend and Butterfly, me veo a las señoras con las tiendas de campaña en la puerta de los cines.

Impresiona el personaje de Erika Toda, tan emocional dentro de lo contenido aún haciendo cosplay, siempre acostumbrado a verla en series y películas de menor trascendencia interpretativa. Ya en su presentación tiene planos muy sutiles que transmiten intencionadamente una extraña santidad, como si fuera una diosa kannon, que adelanta el conflicto interior del personaje y su trágico devenir. Es asombroso el cuidado con el que dirección y actriz han compuesto un personaje que no deja de ser una mera villana de cómic.

También me sorprendió cuando vi que el profesor de “Oishii Kyoshoku” -serie culinaria sobre la vida de un profesor de secundaria cuyo momento preferido del día es cuando prueba la comida del comedor del colegio- haciendo de villano despiadado y cruel. Y la guinda del film en cuanto a actores la pone mi admirado Ebizō Ichikawa. Con un par de frases y un par de gestos, qué profundidad le da a ese personaje, también inmortal, que está cansado de vivir y que quiere acabar con su eterna agonía, se lleve a quien se lleve. Qué bien se entienden Ebizō y Miike; todas sus colaboraciones parecen bendecidas.

Termina la película y Takashi Miike entra en la sala. Durante un largo rato que se pasa volando, contestará, amable y honesto, a las preguntas de los asistentes. Después de dos años con las fronteras cerradas, esta edición volvía a contar con la participación de los becados internacionales del Kyoto Filmmakers Lab. Estudiantes y profesionales del audiovisual de todo el mundo se habían reunido para recibir clases y realizar prácticas en los estudios de la Toei durante 11 días. Casi todos, incluso los más jovencitos, expresaban su admiración y agradecimiento a Takashi Miike durante la sesión de preguntas y respuestas. Generacionalmente, considero que Miike es uno de los más importantes referentes del cine japonés de la historia. No me queda duda de que ahí todos habían visto al menos un live action rodado por él y de que muchísimos de ellos habrán visto una o ninguna de cineastas considerados fundamentales como Kurosawa. El cine de Miike es el que se ve con ganas, para disfrutar, ajenos a istmos o valores históricos o morales. Él mismo decía que hacía cine para divertirse, para entretener, sin más, por eso quería tocar todos los géneros posibles. Habló sin rubor de sus comienzos en el V-Cinema, de cómo, pensando él mismo que hacía mera serie B alimenticia, se le empezó a considerar autor en occidente y a ser invitado a festivales internacionales de renombre. También afirmó que él no quería trascender como autor, tal como quieren muchos otros, y que quería continuar trasteando con géneros y formatos. Contó que la última locura que pidió hacer fue una serie infantil en stop motion para la NHK, y que le hacía mucha gracia que, habiendo empezado con géneros tan adultos como el cine yakuza, haya acabado rodando un k-drama para Disney +.

Terminó la charla con todos los asistentes a regañadientes porque nos lo estábamos pasando pipa pero, como si fuéramos españoles, la despedida se iba a alargar mucho más. Salimos al descansillo y se empezó a sacar fotos con todos los asistentes, primero en grupo y luego uno por uno. No quedó nadie sin fotografía, haciendo poses a gusto del admirador (siempre quedará en mi memoria a Miike haciendo un corazón con las manos mientras se sacaba una foto con una estudiante de Hong Kong). Por supuesto, yo también me saqué una foto inconmensurable y le llevé para que me firmara el programa de mano de “Chikyu Nagegoro — Uchu no Aragoto”, un loquísimo kabuki guionizado por Kudo Kankuro y protagonizado por Ebizō Ichikawa y Shidō Nakamura que dirigió para los escenarios en el 2015, un tesoro que se ha revalorizado mucho más en mi corazón.

Cuántas alegrías me ha dado este director durante tanto tiempo. Ojalá el Historica de Kioto también lo siga haciendo como hasta ahora. Cuánto hay que agradecer. Qué divertidos son los festivales.

Viva el cine.
Hasta el año que viene.

2 Respuestas

  1. Daniel Aguilar

    Ese ramen tiene muy buena pinta. Será cosa de ir con más tiempo a Kyoto. Recomiendo a todos los lectores la visita al Eiga Mura de Toei en Uzumasa, merece la pena. Y cuando os canséis de comida japonesa, el bar español Takakura shoyoko, justo al lado de la Filmoteca, tiene un jamón excepcional, que se puede tomar con sake.
    Un saludo.
    Daniel

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      Jorge Endrino

      Son planes que me encantaría hacer, me va tocando volver a Japón más pronto que tarde que hace ya casi 13 años que no piso por allá.

      Un placer saludarte Daniel.

      Responder

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