Felipe y su amigo Kibakichi

Si nos ajustamos a la verdad, realmente el hombre lobo nunca ha sido lo que se dice una presencia recurrente en el cine fantástico nipón. Alguno podría argumentar, y con razón, que qué necesidad tienen los japoneses de importar un monstruo netamente occidental cuando cuentan con un folklore de seres y criaturas de enorme variedad y riqueza. Entre un catálogo de yokais de las más dispares formas y tamaños, yureis vengativos, zorros cambiaformas (kitsunes) o tanukis de testículos multiusos… resulta hasta sorprendente que algún cineasta o autor decida prestar atención a un monstruario extranjero más limitado en cuanto a cantidad y poder de fascinación.

Rastreando en el bestiario japonés y sin ánimo de exhaustividad, podemos encontrar un par de peludos ejemplos que se asemejarían, al menos en parte, al licántropo al que tan familiarizado estamos. Por un lado, el bakeneko, que se trataría (cayendo en la simplificación) de un enorme gato monstruoso en el que pueden convertirse los gatos bajo ciertas circunstancias. Hay numerosas películas centradas en esta criatura (que se suele mostrar como un espíritu vengativo con forma de mujer) ya desde los años 1930 (aunque, por desgracia, muchas de ellas perdidas). Sin embargo, las décadas de 1950 y 1960 resultarán la edad dorada para esta criatura ya que la localizamos como antagonista terrorífico en abundantes títulos como, por poner varios ejemplos, Ghost-Cat of Gojusan-Tsugi (1956), Black Cat Mansion (1958) o Haunted Castle (1969). También, avanzando unos cuantos años en el tiempo, hace acto de presencia en su forma más gatuna como uno más del festival de yokais que es Sakuya: Slayer of Demons (2000), de Tomoo Haraguchi, director que volverá a hacer acto de presencia en este artículo.

Otra figura, prima lejana nipona del hombre lobo, podría ser el inugami (término que se volverá a repetir en estos párrafos) o dios perro que (de nuevo por simplificar) puede presentar una forma antropomórfica cercana a la del perro o a la del hombre lobo y que también son considerados maestros de la magia negra y espíritus de posesión. En este caso no contamos con tanta filmografía sobre el personaje: podemos citar Curse of the Dog God, de 1977 o Inugami, de 2001, aunque en esta última el elemento fantástico es mucho más sugerido que tangible.

Centrándonos por fin en el hombre lobo, que es a lo que habíamos venido aquí, antes de meternos en su filmografía, convendría avisar que el acercamiento japonés al personaje se sale en muchos casos de la imagen que de él tenemos en occidente y si alguien busca transformaciones a lo Rick Baker o Rob Bottin, se va a sentir altamente decepcionado. Para dar inicio a este repaso, deberemos remontarnos a 1968 y 1969, años en los que tuvo lugar la emisión televisiva de The Vampire, serie de 26 episodios que se basaba en el manga homónimo de Osamu Tezuka. Rodada en B/N, pese a lo que pueda parecer por el título, se trataba realmente de un relato de hombres lobo que planteaba un mundo donde los licántropos sufrían de la tiranía de los seres humanos y estos eran sus perseguidores. Lo destacable de la producción era que suponía una temprana (para el anime japonés) combinación de imagen real con animación (al estilo de Los tres caballeros o Roger Rabbit, por hacer una rápida comparación) y las apariciones y las transformaciones licantrópicas estaban rodadas mediante dibujos animados. La serie presentaba además la curiosidad de contar con una aparición del mismo Tezuka interpretándose a sí mismo.

El manga Wolf Guy de Kazumasa Hirai y Hisashi Sakaguchi dará origen a los dos siguientes títulos de este repaso, a través de sus dos adaptaciones fílmicas. Horror of the Wolf (1974), dirigida por Masashi Matsumoto, es la primera de ellas, con producción a cargo de la Toho. Se centra en Akira Inugami (ya avisamos que el término iba a volver a aparecer por aquí), un joven estudiante de instituto víctima de constantes provocaciones de sus compañeros de centro y que se resiste a sacar a la luz su naturaleza licantrópica. En lo visual, aporta una colección de estampas de gran belleza plástica, sin embargo, resulta un guion bastante frustrante por la reluctancia de su protagonista a descubrir su poder, el desarrollo argumental en el instituto se desvía de lo que realmente nos interesa (más terror, más acción) y no acaba de explotar su potencial inicial. Pese a todo, el film tiene un cierto atractivo y una atmósfera sugerente por momentos, con poco hombre lobo, ciertamente, y con algunas inesperadas secuencias de violencia física y sexual. También conocida como Crest of the wolf.

La segunda adaptación venía producida por la Toei, Wolf Guy (1975), de Kazuhiko Yamaguchi y resulta más interesante. En esta ocasión es el popular Sonny Chiba quien interpreta a Akira Inugami, convertido aquí en investigador de crímenes extraños. El caso con el que se topa ahora es raro de verdad: una serie de cadáveres son encontrados con el torso desgarrado como atacados por un tigre. Todo esto es el punto de partida de una trama donde se mezclan cine negro con poderes psíquicos, oscuras organizaciones secretas, conspiraciones políticas y, también, una pizca de licantropía. Si la anterior propuesta era atípica, esta aún lo es más, ya que a pesar de la naturaleza lobisómica del personaje de Chiba, este nunca se transforma en todo el film y casi podría pasar por un humano ordinario, si no fuera por sus extraordinarias habilidades físicas. La trama no da lugar al aburrimiento, con mucha acción, violencia, desnudos y, lo que más puede chocar, una escena de cirugía totalmente real. Aunque al personaje de Chiba no le crezca el pelo, sí que nos encontramos con algún otro carácter que se convierte, aunque sea parcialmente. Wolf Guy es toda una rareza a descubrir, una desconcertante amalgama de ingredientes que parecieran combinados para destruir las expectativas del espectador (occidental), pero, por supuesto, y gracias a ello, muy sugestiva.

La siguiente entrada nos trae a la figura más conocida del fantaterror español, Paul Naschy, quien dirigía en 1983 (con su nombre real, Jacinto Molina, como es sabido) La bestia y la espada mágica, una coproducción entre España y Japón, circunstancia que nos permite incluir el film en el listado. Una etapa llamativa la de Naschy en los primeros 1980, en que realizó varias producciones para el país del lejano oriente. Gracias a su contacto con el productor japonés Masurao Takeda, llegó a realizar un puñado de documentales dedicados al patrimonio español, entre ellos, sobre el Museo del Prado, El Escorial o las cuevas de Altamira. Es así que tras hacer buenas migas con el actor Shigeru Amachi, surgió La bestia y la espada mágica, donde Naschy trasladaba a su querido y trágico Waldemar Daninsky al país del sol naciente. El film cuenta con una primera parte ambientada en la España medieval, todo hay que decirlo, bastante acartonada. Por fortuna, cuando la acción se desplaza a Japón, la cosa gana muchos enteros, con su relato poblado de malvadas hechiceras, tigres y samuráis y el descubrimiento de grandes secuencias como esa fascinante secuencia de la lucha contra los fantasmas. El cambio de aires le sienta bien al personaje y resulta, para el que escribe, una aportación al universo de Waldemar Daninsky altamente notable.

El siguiente en el listado no puede más que considerarse otra curiosidad más: The Legendary Beast Wolfman vs. Godzilla (o Wolfman vs. Godzilla según otras fuentes), de 1983. Aquí el saurio gigante radioactivo más popular del kaiju eiga se enfrentaba nada menos que a un hombre lobo que adquiría un tamaño descomunal, idóneo para las habituales luchas entre los colosos del género. Se trataba de un film sin terminar dirigido por Shizuo Nakajima y realizado por ex-trabajadores de la Toho. Y que seguía la estela de otro intento previo del director de mezclar hombres lobo con kaijus como fue Wolfman vs. Baragon, de 1972, del que aparentemente tan solo se llegaron a rodar un par de minutos. Del enfrentamiento Godzilla-Hombre lobo apenas existía información hasta 2012, en que Mark Jaramillo, tras tiempo insistiendo a Nakajima, consiguió que este le cediera un montaje de varias escenas de su inconclusa producción que se pudieron ver en el festival kaiju G-Fest XIX. En la siguiente edición del festival se pudieron ver más secuencias gracias a la asistencia del propio director y, en la actualidad, por youtube se puede acceder a casi media hora de metraje con unas cuantas escenas jugosas, incluidas varias de luchas, y donde descubrir el aspecto de nuestro licántropo, casi más cercano a un abominable hombre de las nieves, con su pelaje blanco. El look es de clásico kaiju de la era Showa con su suitmation y sus maquetas encantadoras.

Saltamos ahora a los años 2000, a un director (y experto en FX también, por cierto) que ya ha aparecido en estas líneas, Tomoo Haraguchi, con su díptico de 2004 Kibakichi (aka Werewolf Warrior) y Kibakichi 2. Haraguchi ya había demostrado su debilidad por los yokais en su anterior Sakuya: Slayer of Demons. Aquí nos muestra un mundo donde coexisten humanos y yokais, sin embargo, estos últimos se han visto obligados a esconderse y camuflarse ante la amenaza de los hombres. En este contexto conocemos a Kibakichi, el clásico guerrero errante que cuenta con la particularidad de ser en realidad un hombre lobo. La primera entrega presenta una árida, arenosa ambientación, casi de western, que le sientan muy bien a su taciturno protagonista y a sus pesarosas aventuras. Pese a que el guion se atasca un tanto durante la parte de la estancia en la casa refugio de yokais, supone un buen entretenimiento con una conseguida parte final espectacular y aderezada de buenas escenas de acción. Aquí sí vemos un hombre lobo como está mandado, aunque se haga de rogar hasta bien avanzado el metraje. La segunda parte (que consta como co-dirigida con Daiji Hattori) resulta para el que escribe menos entretenida, se deja de lado el interesante aire western de la primera y las secuencias de acción bajan ligeramente el nivel (pese al aura poética que se intenta otorgar a alguna secuencia). Es de mencionar la referencia a Caperucita Roja, a través de la indumentaria de uno de los personajes femeninos, Anju, quien aparecía en la entrega previa pero que aquí adquiere un mayor protagonismo. Un díptico interesante de cualquier modo y que gana enteros gracias a la banda sonora del siempre excelente compositor Kenji kawai.

Clavamos nuestras garras ahora en la serie B japonesa con Red Sword (2012), una típica producción erótico-terrorífica del ínclito Naoyuki Tomomatsu. Aquí la amenaza licantrópica asola un instituto en que una manada de hombres lobo quiere devorar a las colegialas de escuetas falditas que por ahí circulan. La única esperanza es una guerrera (interpretada por la musa del bajo presupuesto nipón Asami) que luce un look obviamente inspirado (de nuevo) en Caperucita Roja. El film se divide entre unas enérgicas escenas de luchas protagonizadas por Asami (con buenas coreografías a cargo de Shigeki Hayase) y las secuencias eróticas, de manos de la actriz porno Momoka Nishina, quien no tarda en exhibir su pecho generoso. Sabiendo a lo que se va con esta película, puede ser un título entretenido, superior de hecho a otras del director, tanto gracias a sus escenas de acción como a sus momentos de sexo.

Este peludo recorrido por el cine japonés no podía quedarse sin hacer, aunque sea, un rápido repaso por la animación. Dentro del manga (y en su salto al anime), si había un autor que podía dar cancha al hombre lobo en su obra ese era Shigeru Mizuki. Especialista y divulgador del amplio imaginario yokai nipón, también dedicó un hueco ocasional a los “yokais occidentales” en alguna de las historias de su personaje más icónico, Kitaro. Así quedaba plasmado, por ejemplo, en el anime de 1986, Gegege no Kitaro: Yokai Daisenso, donde teníamos a un buen montón de hombres lobos acompañando a monstruos occidentales como Drácula, una bruja o el monstruo de Frankenstein que se enfrentaban a las criaturas japonesas locales. Todo ello en una entretenida aventura destinada al público más familiar.

El manga de Wolf Guy, del que hablábamos unas cuantas líneas más arriba, también tuvo su adaptación al anime en los años 1992-1993 con una serie de 6 OVAs a cargo del estudio J.C. Staff. Nuestro protagonista, Akira Inugami, o más bien su sangre, era el objetivo de una temible organización que la codicia, ya que puede otorgar la inmortalidad. Más que terror, una trepidante propuesta de acción y espionaje, donde agencias secretas y sus intrépidos agentes se ven envueltos en inacabables contiendas por obtener el suero milagroso que otorgue la vida eterna. Aunque se desinfla un tanto según avanza la producción, no deja de tener su interés.

Comenzando el siglo, podemos encontrar alguna figura licantrópica en la obra magna de Yoshiaki Kawajiri, Vampire Hunter D: Bloodlust (2001). Y también se ofrecía una visión atípica del mito en la serie del estudio Bones, Wolf’s Rain, de 2003. Una serie madura, dramática y adulta, realzada por la banda sonora de Yoko Kanno, de bastante impacto en su momento, pero que diría ha quedado bastante olvidada con los años. Altamente recomendable igualmente.

Y, para terminar, el film anime que seguramente primero venga a la cabeza al pensar en hombres lobo: Wolf Children (2012), de Mamoru Hosoda. Nada que ver con el terror, si no, en realidad, uno de los dramas familiares y de choques entre progenitores e hijos tan del gusto de su director. En este caso, la historia se centra en las dificultades de una mujer para la educación de sus dos hijos, en realidad hombres lobo, ofreciendo una hermosa historia de amor materno filial y uno de los títulos más conseguidos y emotivos de su director.

Y así termina este repaso al “okami otoko” japonés. Sin duda, un personaje poco frecuente en esta cinematografía y que, cuando lo ha hecho, ha sido en aproximaciones mayormente sui generis y bastante alejadas del estereotipo creado por el cine occidental. Es por ello, por su atipicidad, que estimábamos se merecía dedicarle estas líneas que espero hayan servido para descubrir una serie de títulos en general no muy conocidos, pero no por ello menos interesantes.

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