La primera película de la mañana en esta nueva jornada del Festival Nits de Cinema Oriental de Vic, dentro de la sección infantil del festival, era la épica de animación The Wind Gardians, una de esas películas de fantasía, demonios y acción que prometía mucho por su tráiler. No pudimos verla en el festival pero si fuera de él. En ella Ming Lang, un chico ciego de Xiaoyanggang, malvive haciendo pequeñas estafas en el mercado. Su padre le contó que pertenecía a una élite de luchadores destinados a combatir el mal, pero siempre se burlaron de él por ello. Un día, un ser diabólico ataca la ciudad y la madre de Lang desaparece. Entonces, Lang inicia un viaje lleno de aventuras que cambiará su vida para siempre.

Animación CGI simple en los personajes pero exuberante en paisajes y efectos visuales, con un estilo muy videojuego en su acción, que sinceramente me gusta bastante, mucho más que esa CGI con el 3D hipermarcado que ahora ha puesto de moda la animación made in Netflix (véase Blame, Godzilla y tantas otras). Los chinos saben como dotar de una gran imaginería visual a sus producciones y aquí lo demuestran conc reces, a pesar de todo, no se suele perder el foco del público objetivo y la cinta mezcla la épica y las relaciones maternofiliales con humor, mucho humor tanto de situación como de conversación, humor chorra, de golpe en los testículos o que todos los hombres de la aldea se llamen Wang Fugui. Infantilona pero agradable. Los chinos también tienden a, incluso en el cine infantil, maximizar el fondo dramático como se suele hacer en los romances tradicionales, y su tramo final llega a cotas más que interesantes.

Esta es una película amable y trágica, pero adaptada al público al que pretende llegar, un romance chino de estructura tradicional, infantilón en general pero bastante ameno y visualmente atractivo.

Los aficionados al cine de artes marciales recordaran esa maravilla de 1991 que fue Once Upon a Time in China, protagonizada por Jet Li y que consiguió sendos premios en los Hong Kong Film Awards, entre ellos a su director, Tsui Hark, y a su edición para Marco Mak. La saga, centrada en la figura del maestro Wong Fei-Hung, lleva dado secuelas hasta nuestros días, y su octava entrega oficial, dirigida por el mismo Marco Mak, fue nuestra primera película de la tarde en esta jornada de festival.

En esta ocasión el maestro Wong, interpretado por el siempre solvente Vincent Zhao, debe enfrentarse a una organización secreta que, bajo la forma de secta religiosa, esta trabajando para ayudar a los invasores japoneses a asentarse en China. Once Upon a Time in China: Warriors of the Nation es una cinta clásica de cine marcial, de las que veíamos en la década de 1990 tanto en sus primeras entregas de la saga como en ejercicios de Jet Li como La leyenda del Dragón Rojo, si bien aquí se introduce algo de fantasía en como se representan muchos combates, principalmente en su tramo inicial. La puesta en escena es magnífica, exuberante en vestuarios y rica en escenarios, y la calidad marcial de la cinta es más que destacable, con unas coreografías, con bastante cableado eso si, que tenia la sensación serían más simples y se basarían en el montaje, pero no, Zhao llega a tener unas largas evoluciones espectaculares, sobre todo en su tramo final. Lo único que no me gustó es como se han rodado las escenas de acción. Quién me conozca sabe que odio la acción de montaje y la obsesión porque toda la acción parezca “cámara en mano”, estas técnicas son comprensibles cuando los protagonistas no tienen conocimientos marciales o el acabado no tiene el presupuesto deseable, pero cuando empiezas a mover la cámara sin necesidad en vez de enfocar bien las impresionantes coreografías que se construyen en pantalla, algo falla. Y Mak lo hace, mete movimiento donde no hace falta, estropeando el conjunto.

Aún con ese punto negativo, que entiendo puede ser muy personal, estamos ante una obra solvente y muy amena, que me trajo a la memoria muchas películas de la vieja escuela que merece la pena recuperar.

Nuestra siguiente película es, quizás, la que más ganas tenia de ver de todo el festival, y es que la india Andhadhun había estado nominada a los principales premios de su país natal, ganando el premio de la crítica a mejor película y protagonista masculino, para Ayushmann Khurrana, en los Filmfare Awards, y el de mejor director, entre otros, para Sriram Raghavan en los Star Screen Awards.

Su premisa es simple, un pianista ciego que se gana la vida tocando música en un Bar. Y ya está, no quiero deciros nada más, no quiero que veáis el tráiler, no hagáis nada, solo conseguid verla sin saber nada de ella.

Esta es una de esas cintas donde el guión es una de las partes más importantes del todo, llenándose de giros, sorpresas y situaciones totalmente inesperadas, pero hilvanadas con una maestría increíble, amena, divertida, magnífica, y donde tienen un gran peso las diferentes interpretaciones de sus actores, principalmente su protagonistas, Ayushmann Khurrana, ese inspector de policía estereotipado que encarna Manav Vij y la principal antagonista femenina, la actriz Tabu. Pero la cinta no solo se basa en su guión, ya que la música es otro de los pilares de la misma. Por un lado, al espectador indio le traerá a la memoria algunas melodías clásicas de su propia cinematografía, que se complementan con otras mucho más conocidas en occidente. Por otro el uso de la música como elemento narrador: en varios momentos el pianista estará tocando mientras las escenas se suceden a su alrededor prácticamente sin diálogos, el espectador se adentra entonces en una especie de película muda donde la música del piano acompaña como se hacia en aquellas producciones. Son este tipo de detalles, unidos a un humor bastante deliberado, sin ser la película una comedia al uso ni mucho menos, la que hace de esta una obra excepcional, que ganó todo los premios que se daban en el festival.

Aquella noche la nit temática en la Bassa estaba centrada en Corea, y en virtud a la colaboración del festival con Movistar+ se proyectaba la divertida The Outlaws, cinta que pudimos ver el pasado Festival de Sitges y que por eso decidimos saltarnos para cenar tranquilos y prepararnos para la sesión golfa, de la que os hablaremos a continuación. Sea como fuere, recupero lo que escribí sobre ella en las crónicas de Sitges y os insisto en que la veáis si aún no lo habéis hecho ya.

The Outlaws se basa en un hecho real ocurrido en 2007, conocido como el “Incidente Heuksapa”. La historia sigue una guerra territorial creciente entre una pandilla local coreana, y los Heuksapa de Yanbian, China -de ahí el título de la película-. El guión se centrará en Ma Seok-do, oficial de policía local, y en sus compañeros, que intentarán evitar un baño de sangre y detener a los extranjeros para que las cosas vuelvan a la calma.

Salvando las distancias, Ma Dong seok es actualmente una especie de Dwayne Johnson coreano, un tipo cachas, con aspecto duro pero afable, que suele repartir a mano desnuda con personajes que tienden a la comedia ligera o el descargo humorístico en cintas más serias -como le pasaba en Train to Busan a pesar de lo dramático de la ambientación-. No es exactamente igual, pero creo que es una comparación adecuada. Aquí precisamente trabaja ese papel de duro afable, que intenta mantener el statu quo de su zona, teniendo controladas a las pandillas mafiosas y dejándolas actuar en un perfil bajo, hasta que aparecen los chinos y hay que ponerse serio.

Mientras veía la película, y una vez más salvando las distancias, no podía evitar que viniera a mi mente el gran Bud Spencer, y es que la primera hostia que suelta en la película, cuando llega trajeado a la escena de un crimen y un don nadie quiere impedirle el paso, es la típica mano abierta que Bud tantas veces a trabajado en sus películas. Si incluso utiliza el martillo pilón, ese golpe en la cabeza hacia abajo tan mítico del actor, en varias ocasiones. Como no ver algo de nuestro querido actor italiano ahí.

Combinación de Dwayne Johnson y Bud Spencer, en una película divertida y amena, con el gran acabado técnico acostumbrado del cine local, toques de comedia y mucha acción. Se que puede que algunos acaben confundidos al leer tanta comparación, pero la película merece mucho la pena y seguir al actor aún más. Se prometen tiempos muy buenos para este tipo de cine de acción en corea.

Y llegamos a uno de los platos fuertes del festival, la sesión golfa en el Vigatà que nos permitirá ver en pantalla grande, y con una calidad más que buena, una de esas obras cumbre del cine de acción hongkonés, Full Contact. Dirigida en 1992 por el maestro Ringo Lam, casi de forma simultanea a la comedia de acción de Jackie Chan Twin Dragons, está protagonizada por Chow Yun Fat, Anthony Wong y Simon Yam, este último en un papel negativo.

Chow Jun-fat da vida a Jeff, un hombre duro pero honorable que ayuda a su amigo Sam a posponer una deuda con un grupo de mafiosos, pero el prestamista no cumple con su palabra e intenta matar a Sam, desatándose los problemas.

Los primeros compases de la década de 1990 en Hong Kong son los años del Heroic Bloodsheed, el cine de acción más típicamente local que se llenaba de hermandad masculina, tiroteos masivos, autosacrificio y mucha violencia. Este es un género que heredaba muchos de los conceptos de los wuxias masculinos que Chang Cheh popularizó en la década de 1970, pero llevados a la acción balística. Ringo Lam supo dar su impronta cuando se acercaba al género, con un elenco de personajes que estaban en el límite del bien y del mal, centrados más en su propia supervivencia en un mundo hostil que en esos conceptos románticos, eso sí, el honor perdura y el héroe debe ayudar a su amigo y cobrar un alto precio por la traición. Chow Yun-fat viste la piel del héroe de acción que lo encumbró en el imaginario de toda una generación de aficionados. Antohny Wong tiene el papel de amigo pusilánime con un aspecto que me resultaba desconcertante, ya que me venían a la cabeza constantemente papeles suyos mucho más agresivos como el de Ebola Syndrome. Simon Yam da vida a uno de sus tradicionales papeles de villano pasados de vueltas, con ese cliché de psicópata gay que tanto gustaba usar el cine de Hong Kong de aquellos años.

En fin, una película de la vieja escuela que es un goce puro y duro, una colección de escenas de acción de las que hoy en día es imposible disfrutar por su violencia. Este tipo de cine ya no se hace, es un producto de su tiempo y hay que disfrutarlo siempre que a uno le sea posible.

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