Toca continuar con nuestro repaso a todas las películas asiáticas que pudimos ver la pasada edición del Sitges Film Festival, que noviembre siempre es un mes muy intenso en cuanto a contenido y no queremos que se nos pase nada. Hoy el menú es especialmente ecléctico, con un falso documental de lo más hilarante en el Brigadoon, una mucho más seria película japonesa de época, y una rara, y a la vez atrayente, “comedia negra” iraní. No fue mal la verdad, algo irregular pero nada mal.

He de reconocer que desde hace algunos años paso poco por el espacio Brigadoon, una de las zonas más bizarras y peculiares del festival. Allí he vivido grandísimos momentos relacionados con el cine Tamil y Telugu o con excentricidades caníbales tailandesas remontadas en Hong Kong, lo cual no es poca cosa. En esta ocasión no pudimos perdernos Top Knot Detective, que presentaba el Festival Nits de Cinema Oriental y que ya pudieron disfrutar los asistentes a aquel el pasado mes de Julio, aunque esta vez contamos con la presencia de sus directores, Aaron McCann y Dominic Pearce.

Top Knot Detective es un falso documental en torno a una ficticia serie de samuráis que triunfó en su pase por Australia allá por la década de 1990. En un tono puramente propio del género, cuenta como se gestó dicha serie mediante imágenes de archivo -manipuladas para que parecieran VHS de la época-, testimonios de sus protagonistas y de supuestos fans de la serie. Lo divertido aquí no es la forma, sino el propio contenido, una serie que en pos del autobombo creativo de su protagonista y director (encarnado por el actor japonés afincado en Australia Toshi Okuzaki), y de la propia audiencia, pasa de una serie de samuráis e investigación, a incluir acción, ciencia ficción, viajes en el tiempo, tokusatsu y toda una serie de locuras artísticas que te hacen tener ganas de ver la propia serie en vez del falso documental.

Todo aquí funciona a la perfección, la mezcla de la seriedad del desarrollo documental con la locura que estas viendo en la propia serie; la terrible excentricidad de su protagonista con los problemas o traumas del resto de miembros del reparto. El equilibrio es la clave, no se vuelve ni descaradamente loca, ni innecesariamente seria, y la diversión está asegurada durante todo su metraje. Esta es una apuesta segura, que me extrañó no levantase más carcajadas entre el publico que llenaba la sala, porque yo me reí con ganas durante muchos momentos.

Nuestro siguiente visionado asiático fue Killing (Zan), del siempre controvertido Shinya Tsukamoto. Cuatro años han pasado desde su Fires on the Plain, película que también vimos en el festival y que a pesar de comenzar su visionado con escepticismo, me ganó totalmente por su grandioso uso del color y del sonido, además de por los detalles que reinterpretan la historia original en la que se basa. Por eso tenia ganas de ver Killing, y aunque la cosa no es como en aquel entonces, la cosa no me disgustó.

Esta historia se centra en la figura de un samurái (Sosuke Ikematsu), experto en el arte de la espada, que siente un terrible temor ante la guerra y no se ve capaz de matar a otro hombre. En su retiro vive en una granja donde una joven (Yū Aoi) no termina de ver con buenos ojos que enseñe el arte a su hermano. Cierto día un experimentado samurái (Shinya Tsukamoto) llega a la zona buscando reclutas para la guerra, y se fija tanto en el experimentado luchador como en su joven aprendiz.

Podríamos decir que Killing narra la forja de un luchador. Tenemos a un joven experimentado que no es capaz de matar, siente miedo a la vez que excitación ante la muerte, ante la posibilidad de arrebatar una vida. Es una especie de lienzo en blanco donde no se sabe que cuadro aparecerá tras verse obligado a afrontar ese miedo, el de un samurái de honor o el de un animal asesino. Todo alrededor de la película gira en torno a este hecho, desde la joven enamorada de él -y que consiente en alguna expresión sexual de esta relación con la muerte-, hasta el samurái que intenta reclutarlo, pasando por un grupo de Ronin delincuentes que aparecerá por la aldea. Estos dos últimos personajes son una especie de reflejo de en que podría convertirse este joven samurái, y a la vez son catalizadores de su viaje.

En el apartado formal la película no destaca especialmente. Comienza como un jidai-geki algo más clásico, sin esa impresionante fotografía de Fires on the Plain, con un acabado casi televisivo que es un punto tristemente común a buena parte del cine japonés contemporáneo, y con un ritmo pausado que no suele ser el estilo del director. No esta mal, pero es irregular en su evolución, destacando una banda sonora que mezcla ritmos tradicionales con algunas excentricidades de su compositor Chu Ishikawa (no obstante se ha llevado el premio a mejor banda sonora en el festival). Personalmente me costó entrar, pero cuando lo hice me atrapó de una forma extrañamente fuerte, sobre todo a partir del enfrentamiento con los Ronin, unas escenas de lucha donde sube el audio hasta extremos inverosímiles y la cámara se mueve hasta el punto de no ver nada, pero entonces te das cuenta que sientes el combate, lo siente dentro con cada golpe de altavoz, y sigues la lucha en las entrañas… eso me dejó fascinado, a pesar de que se podría haber ejecutado bastante mejor. Es lo que decía, me atrapó, y a partir de entonces todo el tramo final de la película me mantuvo dentro, como si estuviera viéndolo desde encima de cualquier árbol, sintiendo incluso el final de la misma como si estuviera allí.

Fue un poco extraño, salí del cine sin saber muy bien si me había gustado mucho o me había parecido mediocre y simplemente me había dejado llevar por los detalles que comento. Meditándola creo que es meritorio que me hubiera atrapado de esa manea, y por eso me gusta lo que recuerdo de ella.

Hace un par de años, el premio Noves Visions del festival se lo llevó una película iraní llamada A Dragon Arrives, una mezcla de thriller policíaco, falso documental y detalles surrealistas que gustaba y no a partes iguales, pero que no dejaba indiferente. Mani Haghighi no es un novato en esto del mundo del cine, pero esa película lo adentró de lleno en el punto de vista de muchos, sobre todo a nivel occidental.

En Pig nos centraremos en la figura de Hasan, un excéntrico director en la lista negra del régimen iraní, por lo que tiene prohibido realizar películas, que esta básicamente enfadado con el mundo. Su musa, la actriz con la que normalmente trabaja y de la que está enamorado -platónicamente, artísticamente… como queramos decirlo- va a trabajar para otro director y, para colmo, un asesino está matando a prominentes figuras del cine local, muchos de ellos amigos suyos.

Esta producción difiere mucho de la propuesta que el director nos ofrecía en A Dragon Arrives. Aquí los géneros no varían tanto, no se introducen las innovaciones formales -como las testimonios en plan falso documental-. Por contra aquí se potencia la crítica social a como es tratado el mundo de la cultura en Irán, además de una nada velada introducción de los medios sociales y como sirven para sacar lo mejor, y lo peor, de una sociedad. La película comienza con una serie de jóvenes paseando por la calle mientras comentan lo último de sus redes sociales, terminando delante de una cabeza seccionada. Toda una declaración de intenciones de qué tendrá importancia durante los próximos 100 minutos.

Pig se inicia como un thriller peculiar, con la presencia excéntrica y en parte cómica de Hasan, y como ve la vida y afronta su forzado “destierro” del mundo del cine. Pero pronto deriva hacia la comedia de situaciones absurdas, obviando ciertas explicaciones o tramas para centrarse en un in crescendo en que esa crítica a las redes sociales llevan a un tramo final increíble, forzado en su forma y claro en su fondo. Esta extraña deriva la hace no terminar de decidirse por nada, o más bien decidirse por algo que no es lo que esperaba. Quiero volver a verla para aclarar un poco ciertos puntos.

El actor Hasan Ma’jun, que da vida al protagonista de la película, se llevo el premio del festival por su actuación, y hay que reconocer que ese peculiar personaje, entre la comedia y la misoginia, siempre con sus camisetas de grupos de Rock y Heavy Metal, se hace querer de una forma bastante -si uno lo piensa- desconcertante.

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