He de reconocer que no le seguía la pista a The Deer King y la info que ofreció el festival al anunciarla no me dio suficientes pistas de lo que iba a encontrarme. No es algo malo, no me entiendan mal, simplemente es uno de esos casos que vas a ver algo sin demasiadas referencias.

The Deer King se basa en las novelas de fantasía de la escritora juvenil nipona Nahoko Uehashi, y que también se está adaptando a manga en la actualidad, y nos conduce a un reino que fue conquistado en un pasado cercano por un gran imperio y ahora trata de vivir una vida pacifica. El antiguo soldado Van es tomado como esclavo y enviado a las minas de sal hasta que una noche una manada de extraños lobos ataca la mina y comienza a propagarse una misteriosa enfermedad. Van encuentra a una niña llamada Yuna e inician un viaje como padre e hija sin lazos de sangre buscando un lugar donde poder sobrevivir.

Tratando temas como la relación de los humanos con la naturaleza, el racismo -la enfermedad parece afectar solo a los nacidos en el imperio ocupante, sean civiles o no-, el odio y la redención, su animación y banda sonora son estupendas aunque dentro de la media que esperaríamos de este tipo de productos. Su guión es algo farragoso en su comienzo, donde intentan ponerte en contexto de forma muy rápida y luego tiene algunos lapsos argumentales, debidos, supongo, a la propia adaptación de la obra original. A mi me gustó, si bien tienes la sensación de que le falta algo aquí y allá para ser una obra memorable, quedándose en una buena película sin más.

Otra cosa que podría lastrar a The Deer King, en general, son los inevitables deja vú con la conocida y multipremiada La Princesa Mononoke. Sin ser especialmente parecidas a nivel de historia, sus referencias a las deidades de la naturaleza, la aparición de monturas que parecieran ciervos, la forma en que se manifiestan ciertas habilidades de nuestro protagonista Van… Hay muchos elementos estilísticos y simbólicos que nos recuerdan constantemente la obra de Miyazaki y eso tampoco favorece al resultado final. Las comparaciones, sean casuales o buscadas, son odiosas, ya saben.

Hace más de 20 años que se estrenó The Ring de Hideo Nakata y desde entonces hemos visto infinidad de propuestas de terror no solo japonés, sino asiático en general, relacionadas con este género. No se muy bien por qué pero esperaba que The Samejima Incident me diera algo de aquello, que me trasladara, aunque fuera un poquito, a aquella época dorada. Soy perfectamente consciente que este era un producto pequeñito y no es que tuviera hype ni mucho menos, pero tenia esperanzas… culpa mía supongo.

Los aficionados al género recordarán la película del pasado 2020 Host, de Rob Savage, una propuesta de terror que, en plena pandemia, usaba la videoconfenrecia como eje central de su narrativa. The Samejima Incident tiene esta misma premisa, una videoconferencia entre varios amigos y los comentarios sobre la “leyenda urbana” del nombrado incidente, que parecerá desatar sucesos extraños.

La primera parte de la película es un manual de como rodar un plano dejando los huecos justos para que pase algo. Luego pasará o no, el terror siempre se basa más en las posibilidades que en los hechos, pero el hueco está. Conforme avanza el metraje -que no llega a la hora y media-, la cinta se adentra en terrenos del fantástico, la cinta de apariciones, de casas encantadas… toca muchos palos. Lo que realmente me sacó de la película fue su intento de guión. Hay muchas cosas que no se explican, simplemente se ponen porque son clichés del terror juvenil, pero es que cuando se intenta explicar algo se hace de la peor forma posible, con ese giro tan asiático de que si tu le haces cosas malas a alguien te vuelves igual de reprobable que él y mereces su mismo castigo o peor. Es que no tiene el menor sentido las premisas que deciden coger y como se desarrolla todo, solo enfocado a escenas impactantes o desarrollos típicos, dejando la más mínima coherencia narrativa atrás.

Creo que viéndola con amigos, cervezas y dispuestos a no pensar mucho en los porqués se puede disfrutar como entretenimiento ligero de género. Pero como pienses lo más mínimo en ella no creo que tenga mucho que ofrecer.

Otra de las cintas que mas curiosidad, y miedo por el resultado, despertaban en el fan del cine asiático era ese crossover entre el conocido actor Nicolas Cage y el director japonés Sion Sono. Por pura excentricidad de ambos la cosa no podía ser muy normal, Cage es un actor de culto por su dispar carrera cinematográfica y su peculiar personalidad, Sono es un director de culto por sus obsesiones cinematográficas. La cosa pintaba interesante.

Prisoner of the Ghostland nos traslada a una especie de mundo postapocalíptico donde el personaje de Cage es un forajido que asalta un banco junto a su compañero, dejando un reguero de muertos, en contra de su voluntad todo sea dicho, y acabando en la cárcel. El jefe de la ciudad termina ofreciéndole un trato, ir a buscar a su hija a las zonas baldías a cambio de su libertad y su vida.

Sobre esta premisa bastante típica la película se vuelve bastante inclasificable. Cage sigue su línea de interpretaciones sobreactuadas y bastante adrenalínicas. Sono llena todas y cada una de las escenas de un batiburrillo de cultura pop y elementos referenciales sea al mundo samurái, idol, publicitario, etc. A veces queda bien, a veces no tan homogéneo, pero no vamos anegarle el profundo simbolismo que esconde a veces, tan característico de la obra del realizador japonés. La acción, aunque no especialmente abundante, si que está bien realizada, notándose la mano de Tak Sakaguchi. Por contra Sofia Boutella se pasa casi toda la película con cara de “¿Qué hago yo aquí?” y se aprovecha poco su presencia.

Más allá de esto la cinta puede ser más cosa de gustos personales que de otra cosa. No termino de verle una coherencia narrativa -ni siquiera dentro de su peculiar universo- especialmente bien realizada, como si le faltara metraje o partes enteras -y seguramente le haya pasado, vistas las noticias que nos llegaban de su accidentada producción-, esto provoca que el conjunto se me haga demasiado dispar, falto de ritmo por momentos y no especialmente interesante. Pero como digo, es tan especial que será cosa de gustos.

Seguro que echaban en falta la dosis festivalera de Takashi Miike en estas crónicas. Si, el incombustible realizador japones tenía una película en parrilla en la sección Midnight Xtreme, pero seguramente no era lo que la mayoría esperaría. The Great Yokai War: Guardians vuelve al universo Yokai de Hiroshi Aramata como secuela, o más bien reboot, de The Great Yokai War, que el mismo Miike dirigió en 2005. He de reconocer que no guardo unos recuerdos especialmente brillantes de aquella, pero después de ver esta entrega la volveré a revisitar, eso seguro.

El guión cuenta la historia de Kei Watanabe, un estudiante de quinto grado de primaria que ha heredado la sangre de un legendario cazador de yokai, antepasado suyo. Esto le permitirá ver y adentrarse en el mundo de los fantasmas y lo convertirá en la persona destinada a combatir a los yokai malvados y así poder salvar el mundo de la destrucción.

Lo primero que hay que decir es que esta es una película infantil dirigida a un público familiar. Tiene un mensaje muy directo sobre la tolerancia, la convivencia y la amistad, además de una puesta en escena con muchísima comedia y fantasía. Miike se permite incluir muchos homenajes, momentos de locura más propios del director, pero siempre desde un prisma muy especifico y con una intención de diversión. Aún hay mucha gente que no ve que Takashi Miike tiene una larga carrera en las adaptaciones de mangas infantiles y que sabe dar a cada público lo que gusta, y hay que saber bien que se ve para no pensar en cosas que no son… ya saben, las expectativas.

A partir de aquí la cinta es muy divertida, con grandes momentos de fantasía y algunas referencias que me han sacado un aplauso, sobre todo en su tramo final cuando hace aparición uno de los Kaijus cinematográficos que más me gustan -y no es Godzilla o Gamera-. Les animo a verla con la mente abierta de un niño y prestos a pasar un buen rato.

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