Una vez finalizada la 53ª Edición del Festival de Cine Fantástico de Catalunya-Sitges y dejando de lado el escasísimo cine asiático que hemos tenido ocasión de ver, un hecho extraño y suponemos y deseamos que puntual en un certamen que siempre se ha caracterizado por poner en valor las cinematografías orientales desde hace ya varios años, resulta obligado despedir esta cobertura con una mirada al palmarés de esta peculiar edición 2020 que contó con 33 películas a concurso en la Sección Oficial Fantastic Competició que luego se quedó en 32 por la (auto) expulsión de Save Yourselves! al estrenarse previamente a sus pases en Sitges en algunas plataformas VOD y de la que hay que decir que ha exhibido un muy buen nivel medio general, demostrando una vez más que el género fantástico está en un excelente estado de forma y que los programadores de Sitges han tenido bastante buen ojo en sus elecciones, ofreciendo un panorama muy diverso y estimulante que ha tenido un buen reflejo en un palmarés en líneas generales más que correcto que en opinión del que escribe estas líneas y pese a alguna ausencia notable, ha respondido en igual medida a esa diversidad de temáticas y riqueza de estilos, Vamos a ello:

POSSESSOR UNCUT
Brandon Cronenberg – Mejor Película y Mejor Dirección.

Hace unos años, en el 2012, el hijo de David Cronenberg demostró ser un fiel seguidor de los postulados del primer cine de su padre con Antiviral, una película en la que describía un mundo tan obsesionado con las celebrities que los había que pagaban por infectarse con las mismas enfermedades que ellos, con resultados, en fin, un poco asquerosillos. Aquel ejercicio que era un poco “Mira papá lo que ya sé hacer yo solito” se ganó un premio a la Mejor Opera Prima aquí en Sitges, donde Cronenberg ha tardado ocho años en regresar con su segundo largometraje y esta vez coronarse por todo lo alto con los dos premios más gordos del palmarés, demostrando lo mucho que ha aprendido en este tiempo y lo bien que ha sabido desarrollar un estilo personal en el que, aunque aun se pueden rastrear ciertas influencias paternas tanto en temática como en su tratamiento de la violencia, consigue despegarse de su alargada sombra lo suficiente.

Possessor arranca con una fiereza contundente: seguimos a una mujer de raza negra mientras se prepara para atender a una fiesta en la que, de forma sorpresiva, acuchilla salvajemente a un hombre trajeado y trata de suicidarse después antes de ser abatida por la policía. Entonces despertamos junto con otra mujer en una especie de capsula y entendemos que esa mujer ha poseído mediante algún tipo de tecnología el cuerpo de la primera y la empresa para la que trabaja se dedica a cometer asesinatos ocupando cuerpos de personas cercanas al blanco, aprendiendo como se comportan esas personas antes de “poseer” dichos cuerpos para no levantar sospechas entre sus allegados y actuar en el momento apropiado. La tecnología no es perfecta y el proceso de ocupar la mente de otro a veces es más complejo de lo que parece, pues el ‘huesped’ puede resistirse. Cuando Tanya Vos (una soberbia Andrea Risenborough) es enviada a ocupar el cuerpo de un tipo con unos niveles de frustración y rabia, además de un apetito por la violencia, superiores al de ella misma, la cosa se complicará sobremanera.

Possessor – que en Sitges hemos podido ver en su versión Uncut porque en EE.UU su extrema violencia ha hecho que algunas escenas tuvieran que ser eliminadas o rebajadas de tono para poder estrenarse – es una película rodada de forma muy elegante en la que Brandon Cronenberg demuestra ser un autor con las ideas muy claras de por donde le interesa llevar su camino. Aunque la película puede tener ciertos puntos de contacto con la obra de su padre en el tratamiento de las escenas de violencia de una forma seca e impactante – estoy pensando concretamente en Promesas del Este y Una Historia de Violencia – lo cierto es que Possessor se mueve por caminos muy distintos. Le ayuda bastante un reparto en el que brilla Christopher Abbott (que ha hecho un bonito doblete en este Sitges con la muy reivindicable joya indie Black Bear que protagoniza junto a Aubrey Plaza) como el huésped que se resiste a ceder el control de su cuerpo y unos muy brillantes Sean Bean y Jennifer Jason Leigh en pequeños pero esenciales papeles de reparto. La verdad es que el planteamiento de Possessor es casi como una versión fantástica del clásico de Hitchcock ‘Extraños en un Tren’ en la que en lugar de un intercambio de objetivos entre dos desconocidos hay un intercambio de cuerpos que busca el Crimen Perfecto… pero en el que la posesión de un cuerpo masculino por una mente femenina y la obligación de mantener las apariencias (el objetivo es el novio de la hija del blanco) le lleva a Cronenberg por terrenos ciertamente perversos y repletos de posibilidades en estos tiempos de tendencias sexuales cambiantes y géneros fluidos. Digamos que la cosa da su juego. Possessor está además muy bien rematada – nunca mejor dicho – y el espectador sale de la sala con la sensación de haber asistido a una experiencia muy notable y especial. Se podrán tener preferencias por otras películas de esta Sección Oficial, pero que Possessor sea la gran triunfadora de esta edición de Sitges no es en modo alguno algo descabellado, sino hasta lógico.

LA NUBE
Just Philippot – Premio Especial del Jurado y Mejor Interpretación Femenina.

Otros dos premios importantes recayeron en el segundo gran título de esta Sección Oficial a Concurso para el Jurado, la película francesa La Nube, magnífica ópera prima de un director francés, Just Philippot, autor de algunos cortometrajes nominados a los Premios César que nos sorprendió a todos con una película más que notable que varios recibimos como uno de los grandes y más agradables descubrimientos de esta edición. La Nube narra la historia de una madre viuda con dos hijos, una adolescente y un chaval algo más joven, que para sacar a su familia adelante ha adaptado la granja en la que antes tenían un rebaño de cabras por un criadero de langostas comestibles para humanos, bien directamente en forma de harina o pienso para otro tipo de ganado. Al tratarse de una forma de explotación relativamente nueva, la madre ha de enfrentarse por un lado a la dificultad y el esfuerzo que supone conseguir que los dichosos saltamontes críen en suficiente número y tamaño como para que sea rentable su explotación por un lado mientras que sus hijos y ella misma en gran medida han de enfrentarse a la incomprensión casi generalizada del pueblo donde viven, que miran con abierta desconfianza cuando no directo desdén, el tipo de negocio al que se dedican, dado que eso de los saltamontes comestibles, pese a las indiscutibles cualidades proteínicas de los bichos en cuestión (y que al parecer saben bien a la parrilla, algo que sinceramente este cronista aun no ha tenido ocasión de contrastar) su consumo sigue sin ser algo comúnmente aceptado o ni tan siquiera apetecible.

La madre solo cuenta con el apoyo de otro agricultor vecino, un árabe que lucha como ella por salir adelante en un mundo en el que, como bien sabemos, el enorme esfuerzo que supone sacar adelante las cosechas no se corresponde con el escaso margen que dejan. La película se configura así en su primer tercio como una inteligente mirada social a un sector en crisis y una crítica nada velada a la forma en la que articulamos en esta sociedad nuestro consumo, algo con lo que cualquier agricultor o ganadero que conozcan podrá fácilmente verse identificado. Sin embargo a partir de un determinado descubrimiento casual, la relación de esa familia con el criadero de langostas cambia por completo y la obsesión de la madre por hacer que su negocio crezca más y mejor con el fin de sacar a su familia adelante lleva a la película por una deriva muy interesante que atrapa por completo tanto a los personajes como al espectador, que asiste entre fascinado y sorprendido a la evolución de la historia con los ojos bien abiertos según se suceden los acontecimientos en una implacable lógica brutal.

Gran parte del mérito de la propuesta de Just Philippot reside en el excepcional trabajo de la magnífica Suliane Brahim, una actriz de la comedie française a la que quizás algunos les resulte familiar por su trabajo en la serie de Netflix Zona Blanca pero que para mi era una auténtica desconocida y cuyo tour de forcé en esta película es simplemente impresionante y un más que justo merecedor del premio a la Mejor Actriz que le ha concedido el Jurado. Si a eso le sumamos que el Premio Especial, el segundo en importancia del palmarés, debería ir para una obra innovadora o que aporte algo distinto u original al género, el Jurado ha acertado doblemente: La Nube, como tendrán ocasión de comprobar cuando se estrene en los cines españoles, es una película muy especial… Eso sí, no se lleven nada de comer a la sala. Igual se les indigesta un poco. Están avisados.

MANDIBULAS
Quentin Dupieux – Premio Mejor Actor (Grégoire Ludig & David Marsais)

Hay películas que encuentran su hábitat natural en festivales como Sitges. Es lo que ocurre con la filmografía de Quentin Dupieux, autor inclasificable que desde que debutó en el 2010 con Rubber, aquella historia sobre un neumático que adquiría poderes telequinéticos y se convertía en un asesino vengativo, ha ido desgranando las perlas de su peculiar filmografía: Wrong, Wrong Cops, Réalité, y La Chaqueta de Piel de Ciervo creciendo en sentido del riesgo y en su personalísima forma de entender el cine hasta esta Mandíbulas, su primera película sobre la amistad masculina, según declaraba el propio director en el mensaje grabado para los fans desde su coche que antecedía a cada proyección, obra en la que ha alcanzado un muy curioso estatus: tras sus proyecciones en Sitges, no era infrecuente escuchar en cualquier otra proyección en los días posteriores la muletilla “¡Toro!” (leáse en francés sin pronunciar la erre ¡Toguo!) con la que sus dos protagonistas celebraban cualquier logro. Este Sitges ha sido el Sitges de “¡Toro!” y si se ha visto la película y se ha escuchado después “¡Toro!” en todas esas proyecciones, se entiende por qué el Jurado no podía dejarla fuera del Palmarés y estaba prácticamente obligado a premiar ex aequo a sus dos atolondrados pero entrañables protagonistas.

El argumento de Mandíbulas es una premisa que es puro Dupieux: dos amigos no demasiado inteligentes – algo así como la versión francesa de Dos Tontos Muy Tontos, pero con algo más de carisma y mucho más abrazables – encuentran en el maletero de un coche que han robado para recoger una entrega de dudosa legalidad y llevarla a otro destinatario, a una mosca gigante, viva y atrapada en el maletero. Superado el shock inicial (de ellos y de los espectadores) los dos amigos deciden olvidarse de su misión inicial y dedicar todos sus esfuerzos a entrenar a la mosca para ganar dinero con ella, por ejemplo, robando un banco.

Lo divertido de Mandíbulas es que, como pasa a menudo en las películas de Dupieux, resulta imposible para el espectador adelantarse a lo que va a suceder porque los volantazos que el director somete a su historia haciendo que sus protagonistas se distraigan con cada cosa o personaje que se les cruza por el camino lo convierte en algo muy parecido a un cartoon en el que predomina la acción-reacción más primaria en el que la única constante es la inquebrantable amistad entre los dos amigos y su compromiso de mantenerse juntos por extraña o idiótica que sea la situación en la que estén en cada momento de un filme que avanza a trompicones por su escasa duración. Así, resulta muy divertido ver cómo los dos amigos acaban en una casa de verano junto con un grupo de jóvenes debido a una confusión de identidad, entre los que se encuentra una chanante Adele Exarchopoulos (si, la misma de La Vida de Adéle) que interpreta a una chica con un daño cerebral debida a un accidente de esquí que suelta a voz en grito todo lo que le pasa por la cabeza, un personaje inenarrable que debe ser lo más extravagante a lo que se ha enfrentado en su carrera o los esfuerzos de los dos amigos por ocultar la existencia de la mosca gigante a ese mismo grupo de jóvenes, haciéndola pasar por un perro. Lo sé, así leído no tiene demasiado sentido, pero confíen en lo que les digo: en pantalla funciona, por extraño o surrealista que parezca. No hay mucho más que explicar sobre Mandíbulas, solo hay que dejarse llevar por Dupieux y sus dos entrañables amigos y soltar un entregado y sentido “¡Toro!” después del (maravilloso) plano final con el que se cierra esta inclasificable película.

THE DARK & THE WICKED
Bryan Bertino – Mejor Fotografía (Tristan Nyby) y Mención a la Interpretación Femenina (Marin Ireland)

The Dark And The Wicked es la película malrollera por antonomasia que siempre cae en Sitges: dos hermanos que vuelven a la granja en la que se criaron en un remoto rincón de Texas perdido de la mano de Dios, nunca mejor dicho, donde pasan cosas un pelin alarmantes e inexplicables, como nos muestra Bryan Bertino – autor en el 2008 de la muy inquietante Los Extraños y de las muy menores Mockingbird y El Monstruo después – en un estupendo prólogo en el que vemos, mejor dicho, intuimos que hay una presencia malévola que rodea a la madre de esa familia, que está cuidando sola del padre, moribundo por una enfermedad y postrado en su cama desde hace tiempo. El regreso de los dos hermanos a la granja en la que se criaron les convierte en nuevos objetivos de esa presencia siempre intuida y nunca mostrada a las claras que se pasa toda la película sobresaltando al espectador sin mostrarse del todo.

Bryan Bertino modula bien un relato de terror atmosférico en la que una vez más un Mal indefinido va impregnándolo todo sin que se sepa muy bien qué persigue, más allá de causar caos y miedo. Juegos de posesión, apariciones… y esos ya inevitables scary jump shots que te obliguen a dar un bote en la butaca, no vaya el productor a decir que a ver qué pasa con este terror arty sin monstruo si encima va sin sustos, que así no lo vendemos a nadie.

También es cierto que, sin inventar precisamente la rueda, The Dark And The Wicked es una peli de género resultona, con su estructura temporal haciendo guiños a El Resplandor de Kubrick y alguna que otra idea bien pensada y ejecutada, que escapa un poco a la norma del terror convencional, inclinándose algo más por la sugerencia malsana que por el susto fácil, algo que siempre es de agradecer.

En el fondo estamos ante un American Gothic quizás algo más maligno y sobrenatural de lo habitual, minimalista y malrollero que juega con la idea del aislamiento y el fanatismo religioso que lleva a abrir puertas al Mal. The Dark And The Wicked es una buena muestra de terror rural made in USA para este Sitges 2020 en el que están bastante bien justificados los premios del Jurado a la tenebrosa fotografía de Tristan Nyby y la mención al trabajo interpretativo de su protagonista Marin Ireland, que lleva hasta las últimas y terribles consecuencias el cumplir con una obligación filial fruto a partes iguales de la culpa, de la educación recibida y la falta de alternativas. Es un personaje complejo que merece el reconocimiento que ha recibido.

COMRADE DRAKULICH
Mark Bodzsar – Mejor Guión (Márk Bodzsár)

En un festival de género fantástico como Sitges siempre es de agradecer que aparezca una comedia seria, es decir, una comedia que se tome en serio a sí misma en su objetivo de hacer reír de forma inteligente al espectador y que no se contente con un par de bromas estúpidas con la excusa del género. El húngaro Márk Bodzsár lo consigue en su Camarada Drakulich, una estupenda comedia ambientada en los años 70 en la Hungría aún detrás del Telón de Acero soviético en la que utiliza la excusa de los tropos del vampirismo para cargar con enorme ironía e inteligencia contra la forma en la que se vivía en aquella época en el país bajo el dominio comunista, un país en completa paranoia por su preocupante tendencia hacia las libertades provenientes de Occidente que se esforzaba en seguir las consignas soviéticas, por estúpidas e incoherentes que éstas fueran y perseguir a sus potenciales disidentes y sospechosos de traidores con todos los medios al alcance de su burocratizado estado policial.

El camarada Fábián, un héroe húngaro de la revolución cubana, regresa a casa para participar en una campaña de donación de sangre para los combatientes de la Guerra de Vietnam, la nación hermana comunista de Hungría. Pero algo es un poco raro con el viejo camarada: a pesar que debería rondar ya los sesenta años parece un hombre joven de unos 30 años en plena forma, tiene un comportamiento seductor y altanero y conduce un Mustang rojo fuego que llama la atención allá por donde pasa. Una joven pareja de agentes que trabaja para la policía secreta es asignada para vigilar al extraño… pero muy pronto la atracción que siente la joven por el camarada Fabián crea fricciones en la pareja, que lo es dentro y fuera del trabajo, y eso hace que los celos de Laszlo crezcan de forma imparable y quiera quitarse del medio como sea al tal Fabián… incluso cuando comienza a sospechar del origen de la juventud que exhibe el tal Fábián que muestra cierta inclinación por el cuello de su chica.

Comrade Drakulich es una película sumamente divertida en la que se adivina una cierta influencia del cine de Marc Caro y Jean Pierre Jeunet en su envoltorio formal – si, recuerda poderosamente a Delicatessen – así como del gusto por el gag físico de un Keaton o un Chaplin, sin dejar de lado comedias vampíricas de cabecera como la inevitable El Baile de los Vampiros de Polanski. Bodzsár crea un inteligente dispositivo narrativo en el que el tema del vampirismo es solo una excusa para entrar a saco con el régimen comunista de entonces y sus risibles métodos que implicaban obediencia ciega y cierto temor reverencial a las represalias que pudieran venir de Moscú. La película está plagada de chistes políticos sobre comunistas, de escarceos sexuales, de ansias de libertad reprimidas y de un saludable desparpajo que transmite al espectador un buen rollo considerable, lo que, insisto, es algo siempre de agradecer en un festival de estas características en las que el peso de lo tenebroso, lo críptico, lo oscuro o el Mal con mayúsculas es lo dominante. Películas así en medio de todo el festín fantástico son siempre un soplo de aire fresco que permite seguir sin desfallecer aplastado por la solemnidad y guiones así merecen cierto reconocimiento, así que bien por el Jurado. Ah, destacar el trabajo de una muy divertida Lili Walters, una actriz con un aire a lo Sean Young de lo más desenfadada que se lo pasa en grande con su papel de obediente agente comunista seducida sin remedio por el Camarada Fabien y que se deja llevar por sus instintos más retozones. Genial.

BABY
Juanma Bajo Ulloa – Mejor Música (Koldo Uriarte & Bingen Mendizabal)

Dejando aparte la muy disfrutable Malnazidos que sirvió de inauguración al Festival fuera de concurso, la ganadora (como no) del Premio del Público La Vampira de Barcelona, que jugaba en casa y la un tanto intrascendente La Cosmética del Enemigo de Kike Maillo, la más interesante representación española en Sitges era el esperadísimo retorno de Juanma Bajo Ulloa a la dirección de largometrajes con su nueva propuesta, Baby. Aunque el realizador vasco proclama que no es un regreso porque él nunca se ha ido, lo cierto es que ya ha llovido mucho desde aquel deslumbrante debut con Alas de Mariposa que le valió una Concha de Oro en San Sebastián allá por 1991, su continuación con La Madre Muerta en 1993 y su arrase de taquilla con Airbag en el 97, una filmografía que tras el fracaso de recepción crítica y público con la incomprendida y muy reivindicable Frágil (2004) inició una larga travesía del desierto en la que solo hemos tenido un par de documentales musicales, un proyecto fracasado de adaptación de El Capitán Trueno y la piadosamente olvidable Rey Gitano (2015). Es ahora con Baby que recuperamos al Juanma Bajo Ulloa de los inicios con otra fábula sobre la maternidad, otro cuento tenebroso con más de un punto de contacto con Frágil y un reto a la altura del indudable talento del cineasta vitoriano. Está de vuelta y eso es una gran noticia.

Baby supone un reto autoimpuesto de una enorme dificultad. La historia que cuenta Juanma Bajo Ulloa en Baby es la de una joven drogadicta casi adolescente que da a luz en uno de sus momentos más bajos y que, viéndose incapaz de cuidar al bebé y de abandonar su adicción, decide venderlo a una extraña mujer por una suma considerable. Es una decisión de la que muy pronto se arrepentirá, embarcándose en una búsqueda por recuperar a su bebé que la llevará a una tenebrosa casa donde vive esa mujer con sus dos hijas, una suerte de mansión encantada, lúgubre y extraña, en la que esperan a que llegue el día en que a su vez puedan revender al bebé a una pareja adinerada. El reto es contar toda esta historia sin utilizar ni una sola línea de diálogo en toda la película. Sus personajes no pronuncian una sola frase inteligible a lo largo de las casi dos horas que dura el filme, sin que eso implique que no se use el sonido de forma narrativa: tanto los ruidos como esa omnipresente BSO que acompaña a la joven protagonista durante toda su peripecia sirve a los propósitos de contar una historia con la que recuperamos las mejores sensaciones que nos ofreció Bajo Ulloa hace ahora casi tres décadas.

La película es de una belleza formal casi insultante. Todo en ella, desde la fotografía a veces luminosa y a veces tenebrosa de Josep Maria Civit pasando por la fastuosa dirección artística de Llorenç Mas y los decorados de Gina Bernadó hasta la realización del propio Bajo Ulloa están al servicio de una narrativa que te atrapa desde lo visual desde su arranque hasta bien entrada la película, con esa Rosie Day introduciéndose en esa casa de cuento tenebroso donde habitan la bruja que incorpora la inquietante Harriet Sansom Harris y sus dos hijas, una irreconocible Natalia Tena en un papel bastante extremo y una estupenda Mafalda Carbonell, con el fin de recuperar a su bebé. Por momentos, Baby es una película fascinante que te deja sin respiración por su belleza y su forma de generar una atmósfera entre mágica y terrible que apela directamente a ese inconsciente donde residen los cuentos con los que todos hemos crecido.

Es una lástima, sin embargo, que le pese que el realizador esté tan enamorado en lo formal de su magnífica propuesta. Tanto que no quiere soltarla y estira hasta más allá de lo razonable su metraje, sometiendo al espectador a un esfuerzo suplementario para digerir toda esa sobrecarga de imágenes. A la película le sobran tantos insertos de planos de insectos, animales y naturaleza variada – las metáforas, cuando son evidentes, no necesitan ser tan reiterativas – como notas musicales a una BSO muy preciosista y por momentos también muy hermosa, pero enormemente intrusiva. Entiendo el premio que le ha concedido el Jurado, pero creo que a ratos juega en contra de la propia película, que se pierde un tanto en un tramo final al que le habría venido mejor un poco de contención para que Baby fuera una película más redonda. Ojo, que nadie me malentienda: pienso que Baby es una propuesta más que notable y que desde luego merecerá mucho la pena verse cuando llegue a los cines. Es lo mejor que ha hecho Bajo Ulloa en mucho tiempo y servirá además para mirar quizás con otros ojos a su incomprendida Frágil, con la que guarda más de un punto de contacto y que es una obra por la que yo siento una particular debilidad. Baby es una película que destila puro cine, narrando su historia exclusivamente a base de imágenes, sonidos y música y apoyándose en el excepcional trabajo de sus actrices. Para amarla u odiarla por igual, pero en ningún caso dejará indiferente.

MY HEART CAN’T BEAT UNLESS YOU TELL IT TO
Jonathan Cuartas – Mejor Película Sección Nuevas Visiones y Premio Citizen Kane a la Mejor Dirección Revelación.

Saltamos ya del palmarés oficial para hacer mención de otra de las grandes películas del Festival de Sitges de este año pero que se encontraba en esa sección repleta de maravillas que es Nuevas Visiones donde tienen cabida títulos de todas las nacionalidades, inéditos en España y de temática (casi siempre) fantástica, que apuestan por la experimentación, los nuevos lenguajes y formatos y la hibridación de géneros. Dentro de este cajón de sastre nos encontramos esta pequeña joya estadounidense, opera prima de su director, que ya venía con el Premio Especial del Jurado del Festival de Tribeca bajo el brazo. La historia de esta obra de título sumamente poético (“Mi corazón no puede latir hasta que le digas que puede hacerlo” sería su traducción aproximada) es la de dos hermanos, Dwight y Jessie, que viven en desacuerdo sobre cómo afrontar los cuidados de su frágil y enfermizo hermano menor Thomas, que solo sobrevive gracias a la sangre humana. A Dwight le cuesta asumir que para asegurar la supervivencia de su hermano pequeño sea necesario vivir en estado de casi permanente reclusión y además dejar tras de sí un reguero de cadáveres con los que conseguir la preciada sangre que necesita, pero cuando empiece a cuestionarse su papel y a intentar distanciarse de su familia, la implacable Jessie hará lo que sea necesario para mantenerlo en casa.

La película de Cuartas guarda puntos de contacto con una notable película que vimos aquí hace una década, Somos lo que Hay de Jorge Michel Grau, sobre otra familia que al fallecer el padre que les proveía de carne humana para sobrevivir se veían obligados a salir de casa y comenzar a matar por su cuenta, una inquietante propuesta que tuvo incluso un remake USA, Somos lo que Somos dirigida por Jim Mickle. Son planteamientos similares, pero las aproximaciones visuales son muy distintas: My Heart… es una película que se cuece a fuego lento, algunos incluso pensarán que a un ritmo demasiado lento, mientras desgrana la tragedia cotidiana de una familia absolutamente condicionada por lo que ha de conseguir para que el pequeño sobreviva. Por momentos la película se parece a aquella peculiar aproximación de Jim Jarmusch al género vampírico, Solo Los Amantes Sobreviven. De hecho una buena forma de definirla es como si Tilda Swinton y Tom Hiddleston hubieran tenido un hijo algo emo y lo hubieran dejado al cuidado de esos dos hermanos convertidos en sirvientes de un único fin y por cerrar un poco el círculo de referencias, la película también tiene algo de Dejame Entrar de Tomas Alfredson (o su remake) en cuanto a la utilización del vampirismo para hablar de un modo de vida degradado y miserable en los suburbios más desfavorecidos de Estados Unidos, lo más alejado que uno podría imaginar del sueño americano.

My Heart… es una película triste y amarga sobre la frustración de los sueños y la incapacidad de salir de una situación que se asemeja a un círculo vicioso que ni siquiera satisface al hermano menor que se siente cada vez más atenazado ante el peso doble de la culpa por arrastrar a sus hermanos a esa situación de dependencia y al mismo tiempo verse incapacitado por sus propias limitaciones para vivir lo que podría vivir cualquier joven adolescente de su edad. Cuartas tiene un muy buen ojo para construir la tensión dramática creciente de las distintas situaciones extremas que va desgranando según su filme progresa – o se arrastra – hacia una conclusión tan coherente como en el fondo desoladora. Es una película que sin duda se le podrá indigestar a más de uno tanto por su temática como por el ritmo algo mortecino con el que está contada, pero que contiene en su interior ideas muy interesantes y estimulantes que justifican que sea una de las triunfadoras y uno de los descubrimientos de esta edición de Sitges 2020.

TEDDY
Ludovic y Zhoran Boukherma – Premio Juan Luis Guarner de la Crítica.

Finalizamos este repaso por el palmarés de Sitges 2020 con un premio no oficial: el Premio Juan Luis Guarner que otorga la Asociación Catalana de Críticos y Escritores Cinematográficos a la mejor película incluida en la Sección Oficial Fantàstic Competición y que este año ha ido a parar a una obra que quizás habría merecido alguna consideración por parte del Jurado Oficial en el Palmarés.

Creo que pocas películas me han gustado más entre las 52 que pude ver en Sitges que Teddy, soberbia aproximación de los gemelos Ludovic y Zoran Boukherma al medio rural en la que utilizan el tema de la licantropía como excusa para hablar de forma muy brillante del inconformismo y la inadaptación general de su protagonista al medio social en el que vive.

Teddy, con su sello de ‘Selección Cannes 2020’ bajo el brazo, es la historia de un joven de 19 años, un rebelde que abandonó sus estudios, que trabaja de rebote en un salón de masajes después de intentarlo en un local de comida rápida, que convive con su tía enferma y un señor algo discapacitado que sin embargo le entiende y acepta mejor que nadie y que no encaja prácticamente en nada en el pueblo donde vive, donde le consideran un tipo conflictivo que tiene problemas con la autoridad. Tiene, eso sí, una novia de clase alta que le hace soñar con construirle una casa y hacer una familia ignorando el hecho evidente que se graduará e irá pronto a la universidad. El retrato que los Boukherma hacen de la vida cotidiana de ese pequeño pueblo perdido en los Pirineos franceses se construye con profusión de pequeños pero importantes detalles que ayudan a entender el desencaje de Teddy en él.

Es admirable la forma en la que los Boukherma juegan con todo eso y a la vez van introduciendo los tropos y de la licantropía una vez Teddy es mordido por algo mientras persigue en el bosque lo que él cree que es un lobo que tiene atemorizados a los ganaderos locales y cómo entrelazan esos inevitables cambios físicos que empiezan a producirse en él con los problemas de su vida cotidiana, una descripción brutal de cómo no encajar en un ambiente rural… No falta un sentido del humor muy particular, a veces bastante amargo tirando a negro, pero sin estridencias, que ayuda mucho a enriquecer la propuesta según se va desarrollando. Teddy va sintiéndose cada vez más y más desubicado y perdido según los acontecimientos van cada vez más en su contra… y le resulta imposible controlar los cambios que se producen en su cuerpo. Es una metáfora tan poderosa como bien ejecutada por los directores.

Con una ENORME interpretación de su actor principal Anthony Bajon y un puesta en escena de precisa elegancia en la que no hay ni un solo plano gratuito ni carente de sentido, los Boukherma consiguen con Teddy una grandísima obra que se acerca al cine de Bruno Dumont (más concretamente a su miniserie P’tit Quinquin) pero sin esos excesos que a veces hacen de sus propuestas – véase Alta Sociedad (Ma Loute) como ejemplo – una experiencia difícil de soportar. Una película que juega en una liga muy diferente a la inmensa mayoría de las que formaban parte de esta Sección Oficial a Concurso.

Esperemos que Teddy encuentre distribución en España, porque es una propuesta soberbia que merecería de verdad no quedarse inédita en cines. Sobre todo por esa resolución tan contundente como en el fondo muy coherente con lo que la película viene desarrollando. Una resolución muy precisa repleta de amarga belleza que deja la sensación de haber visto una obra realmente muy pero que muy especial y original.

Por lo demás lamentar la ausencia en el palmarés de tres obras de Sección Oficial que también me parecieron destacables: WENDY de Benh Zeitlin, POST MORTEM de Péter Bergendy y COME TRUE de Anthony Scott Burns.

Para finalizar aquí va mi particular e intransferible Top-10 de Sitges 2020

1. TEDDY de Ludovic y Zoran Boukherma (Francia, Sección Oficial)
2. SAINT MAUD de Rose Glass (Reino Unido, Nuevas Visiones)
3. WENDY de Behn Zeitlin (Estados Unidos, Sección Oficial)
4. LA NUBE de Just Phillippot (Francia, Sección Oficial)
5. BLACK BEAR de Lawrence Michael Levine (Estados Unidos, Nuevas Visiones)
6. JUMBO de Zoé Wittock (Francia, Nuevas Visiones)
7. MY HEART CAN’T BEAT UNLESS YOU TELL IT TO de Jonathan Cuartas (Estados Unidos, Nuevas Visiones)
8. POSSESSOR de Brandon Cronenberg (Canadá, Sección Oficial)
9. POST MORTEM de Péter Bérgendy (Hungría, Sección Oficial)
10. COMRADE DRAKULICH de Márk Bodzsár (Hungría, Sección Oficial)

Después de este Top 10 y sin orden de importancia alguno estarían estas otras diez películas: The Dark & The Wicked, Come True, Mandibulas, Minor Premise, The Queen Of Black Magic, Impetigore, Meandre, Surge, Ich-Chi y Archive.

Ha sido un verdadero placer realizar estas crónicas para Asiateca. Espero que os hayan resultado útiles y que podamos reencontrarnos el año que viene. ¡Larga vida a Sitges!

Redacción: David Garrido Bazán

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