Afrontamos la penúltima de nuestras crónicas de la pasada edición del Sitges Film Festival, casi dos meses después de que finalizara el evento. Hay mucho que contar y hoy traigo muy buen cine.

En un festival como Sitges, tras muchos días de intensas proyecciones uno ha visto algunas películas excepcionales, unas cuantas buenas y muchas regulares o directamente malas. Películas con desarrollos dudosos, innecesarias secuencias alargadas, onirismos infantiles, alegorías simplistas y mal llevadas… Es la ley de los festivales, vas a ver un poco de todo. Más allá de su valor cinematográfico, el momento en que veas una películas puede marcar profundamente como gustas de ella, y ese fue mi caso con Burning de Lee Chang dong, una película justa en el momento justo que me dejó total y absolutamente abrumado.

Adaptación del propio director de la novela corta de Haruki Murakami, Las granjas quemadas, a su vez inspirada de Barn Burning, de William Faulkner, el guión nos presenta a Jongsu, un joven mensajero que conoce por casualidad a Haemi, una chica que vivía en su vecindario. Tras este reencuentro la joven tiene un viaje planeado a África y el chico acepta cuidar a su gato. A su regreso vuelve con Ben, un tipo misterioso y adinerado que conoció durante el viaje.

No voy a desvelar más del guión, con la intención de que todo lo demás lo vayáis descubriendo vosotros mismos -como debe ser-, siempre teniendo en cuenta que el cine de Lee Chang dong está medido hasta el extremo, cada detalle cuenta y la historia está abierta a la interpretación del espectador, sobre todo en su tramo final. El director no va a aleccionarnos con un guión simplista que nos lo da todo hecho, todo lo contrario. Además la historia vuelve sobre los conceptos temáticos y formales que son características del realizador coreano: El minimalismo en los personajes lo lleva a narrarnos una historia con simplemente 3 de ellos; además la chica, y en menor medida el joven, son muy característicos de su cine, personajes jóvenes con ciertos traumas o introversiones, no especialmente dados a las relaciones sociales normales.

El apartado formal es directamente envolvente, absorbente, abrumador. Cada plano esta llevado con una perfección palpable, con una duración medida y con un simbolismo, en muchas ocasiones, arrollador. Los detalles están ahí para que los veamos, los interioricemos, y luego les demos la forma que mejor nos plazca, que posibilidades hay muchas. Además su final es directamente sobrecogedor, hipnótico… Lee Chang dong es de esos realizadores que pueden conseguir que una película se te quede dando vueltas en la mente durante semanas. Yo aún la tengo aquí.

Seguimos en Corea, pero cambiamos diametralmente de tercio, para ver una de las cintas de género de la temporada, la sorprendentemente entretenida Monstrum. Esta cinta viene con la premisa de ser la primera película de monstruos ambientada en la época Joseon y, curiosamente, esta basada en un hecho documentado durante el vigésimo segundo año de Jung Jong (en el siglo XVI de la actual Corea), que, por supuesto, se lleva a derroteros fantásticos pero muy amenos.

Durante esta convulsa época, el pueblo está aterrorizado por los rumores que afirman haber visto una criatura monstruosa devorando humanos en el monte Inwangsang. El actual Emperador decide enviar a sus mejores hombres, dirigidos por un experto investigador de la corte, a desmentir, o confirmar, este hecho. A partir de aquí el guión, no especialmente complejo y ciertamente previsible en muchos momentos a partir de su segunda mitad, juega con la curiosidad del espectador con respecto a la identidad del extraño monstruo, el secreto detrás de la criatura y, lo más importante, si esta existe realmente o no.

Por otro lado, la película crea una atmósfera interesante que no se circunscribe a un genero concreto, sino que mezcla intriga, acción y algo de humor, con momentos en los que no se tiene muy en serio a si misma y a como afronta la recta final, una vez muchos de los misterios se revelan. La ambientación es bastante buena y el diseño de producción y, sobre todo, los efectos especiales, son un punto fuerte por los que destaca.

Sin decir mucho más, la cinta es amena y divertida, con momentos interesantes y que nos hará pasar un buen rato, siempre que sepamos que vayamos a ver y no nos esperemos un The Host o algo similar. Este tipo de producciones, que ambientan en la era Joseon elementos puramente fantásticos, están poniéndose de moda -hay tenemos los zombies de Rampant o la serie de Netflix Kingdom– y creo que nos ofrecerán grandes ratos de diversión.

Para finalizar esta crónica viajamos a Japón y retomo un poco la idea que comentaba al principio de esto texto. El ambiente, la forma en que vemos una película nos influencia indudablemente a como nos parece. The Blood of Wolves la vi en un palco del cine Prado, sentado en una de las sillas más incómodas donde he estado en mi vida y con un dolor de espalda bastante intenso. No fue la mejor experiencia cinematográfica que uno puede tener, pero la película me gustó, a pesar de que no aguantara bien su ritmo y se me hiciera eterna más debido a las circunstancias que a otra cosa.

Hiroshima, finales de la década de 1980. Shogo Ogami es un lobo solitario, un veterano detective de métodos dudosos que se cree corrupto por sus tratos con las diversas organizaciones mafiosas de la zona. Su contrapunto es Shūichi Hioka, un detective joven e idealista que no esta especialmente de acuerdo con los métodos de Ogami, y que intentará desenmascarar sus corruptelas. Pero la cosa no siempre es como uno piensa y el guión nos ira mostrando poco a poco, detalle a detalle, como se forja la relaciones entre ambos, con un tono de maestro y aprendiz. Un aprendizaje donde el joven Hioka verá que el idealismo y el deber muchas veces no caben en el mundo real, donde uno ha de lidiar con las circunstancias como mejor sepa, y donde a vece solo se pude aspirar a mantener un status Quo controlado y estable a costa de la propia moral. Narrada de una forma muy clásica, pero sin caer estrictamente en los clichés de antaño, la historia destila un cinismo evidente pero lógico en unos bajos fondos, donde la desaparición de un jefe yakuza solo hará que aparezca otro en su lugar, o provocará una guerra de bandas. Si el arbitro cae, solo otro puede sustituirlo para que el empate técnico, la frágil convivencia, se mantenga.

La fuerza de The Blood of Wolves se basa en buena parte en su guión y su gran ambientación, sucia, feísta y muy alejada del estilismo de buena parte del thriller moderno. Pero son las interpretaciones de Kōji Yakusho (Shōgo Ōgami) y Tori Matsuzaka (Shūichi Hioka) las que marcan la diferencia, dando vida a dos personajes carismáticos y complejos, que sufren una profunda evolución, sobre todo este último.

Estamos ante un ejercicio que, si bien no aporta nada novedoso al género de yakuzas japoneses, si que es muy interesante de ver y disfrutar.

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