Aún nos queda bastante de lo que hablaros en nuestras crónicas asiáticas de la pasada edición del Sitges Film Festival. Hoy es uno de esos días donde esperas ver una cosa y te encuentras otra, donde quizás sales del cine con una sensación que el tiempo y la distancia te hacen ver de otra manera, sea para bien o para mal. A Bamboo Dogs directamente no entré en ningún momento, con Fonotune quedé algo decepcionado pero el tiempo me está haciendo querer verla una vez más y Penguin Highway fue una apuesta segura. Vamos a ello.

Un tema recurrente en la filmografía filipina es la corrupción policial y gubernamental, como la policía muchas veces hace y deshace como si una organización criminal se tratase, controlada por estamentos de un gobierno corrupto. La misma BuyBust, de la que ya hemos hablado, trata este tema en su recta final. Bamboo Dogs, del prolífico artista visual Khavn de la Cruz, se centra en este tema con una producción que recordará por momentos a Kinatay de Brillante Mendoza, pero que no resulto lo que esperábamos.

Inspirada en un hecho real, la película comienza con una redada policial donde se captura a la banda de Kuratong Baleleng, con la intención de llevarlos a la sede policial y luego soltarlos, ya que cooperan con las autoridades. Sin embargo, a la mitad del trayecto, el clima político existente hará que las órdenes cambien, lo que provoca dudas en los policías.

Khavn de la Cruz intenta ofrecer aquí un relato casi costumbrista de una situación nada atípica en su país, el traslado de una banda criminal hacia la comisaría de policía. Casi toda la acción se desarrolla en una furgoneta que vaga por la ciudad en la oscuridad de la noche, donde se suceden conversaciones intrascendentes con total naturalidad, a pesar del clima de tensión que subyace, porque todos, criminales incluidos, saben que algo pasa, que no es normal que si van a liberarlos por su relación con el cuerpo les estén dando vueltas sin sentido y cambiando los lugares de reunión.

El gran problema de esta película es que es aburrida e intrascendente. Entiendo que el director quiera contar esta situación con total naturalidad, denotando la normalidad de la misma. Entiendo que se quiera hacer oscura, con planos donde prácticamente no se distingue nada, para que nos sintamos como los propios personajes, atrapados en esa situación. Pero la cosa no funciona. Las conversaciones son aburridas, uno de los actores y su voz aguda y conversaciones guarras y picantes me sacó de mis casillas especialmente. La cosa es que los personajes nos importan poco o nada, solo algunas de estas conversaciones nos ofrecen detalles de la vida de algunos de los criminales y de los dos policías, sobre todo de la joven Corazón, pero eso no es suficiente para generar empatía hacia ninguno de ellos. Y como está rodada solo hace acentuar el aburrimiento, la cámara oscura, donde muchas veces solo escuchas, y con una parte final de movimiento rápido que directamente no se distingue.

Como decía, entiendo la idea, el meternos dentro de la historia como un personaje más, para que nos pongamos en su lugar. Pero no entré en ningún momento.

Otra película que tenía ganas de ver fue Fonotune: An Electric Fairytale, del diseñador gráfico, guionista de cómic y director alemán FINT, pero con producción japonesa y la mayoría de su reparto de aquel país, incluyendo el mítico artista del punk underground nipón Guitar Wolf Seiji.

Fonotune se sitúa en un tiempo y lugar indeterminado, en un vasto desierto cuasi pos-apocalíptico -con un tono marcadamente de ciencia ficción- donde un personaje con sus cascos puestos simplemente camina en busca de una señal radiofónica de su cadena favorita mientras se dirige al concierto de una enigmática estrella. Durante su travesía se encontrará con otros personajes que lo acompañaran durante toda, o solo parte, de la misma, todos ellos con sus cascos y buscando su sonido. Y es que esta suerte de road movie, más que el sonido, busca y se sustenta en la imagen.

FINT construye una serie de planos, de momentos, de experiencias visuales que directamente me embriagaron. Los largos planos de esos personajes que conectan casi sin palabras, que se envuelven en un estilo pop avant garde donde no faltan las referencias publicitarias, como la eterna SODA+, me parecen increíbles, y es que se nota la procedencia del director del mundo del diseño. Contra lo que yo mismo esperaba, FINT nos propone un viaje visual, no musical. Una abstracción donde la música se deconstruye en imagen, desapareciendo la primera en pos de la segunda. Así, la mayoría de las escenas se ven en silencio, como una postal que absorbe la espectador, y cuando la música aparece lo hace a través de los cascos de sus protagonistas, como efímeros momentos. Es interesante ver como la pieza musical más larga, quitando el momento final de Guitar Wolf, es una banda que toca con sus instrumentos eléctricos desenchufados de los amplificadores, con lo que escucharemos toda la pieza de una forma velada y extraña. La misma pieza final de Guitar Wolf es una guitarra totalmente underground y experimental, tocada mientras el artista camina por ese terno desierto, sin detenerse.

He de reconocer que salí decepcionado de la proyección. Esperaba un viaje visual y musical, y obtuve solo lo primero. Parecía como si siempre me dejara a medio a nivel sonoro, porque lo que sonaba me gustaba, pero siempre se acababa demasiado rápido. Sin embargo, cuanto más pienso en las imágenes que vi, más me atraen, y más me sorprende lo interesado que estuve a pesar de esa eterna sensación de que me faltaba música, mucha música.

Para terminar nuestro repaso de hoy nos adentramos en una de las películas anime que marcarían nuestro tramo final del festival -vimos varias durante los últimos días del evento-. Penguin Highway es la adaptación anime de la novela de fantasía homónima de Tomihiko Morimi, publicada en 2010 y que ganó el Nihon SF Taisho ese mismo año. La adaptación corre a cargo del Studio Colorido, un estudio de reciente creación fundado por el joven Hiroyasu Ishida, al que pronto se le uniría Yōjirō Arai, proveniente del Studio Ghibli y que ha trabajado como animador en Arrietty o El Viento se Levanta. En este caso dirige el propio Ishida, en lo que es su debut como director de largometrajes, con adaptación de la novela original de la mano de Makoto Ueda.

La historia se centra Aoyama, un niño tan precoz que, además de poseer una envidiable capacidad para el análisis y la retórica, ha contado la cantidad exacta de días que faltan para que se convierta finalmente en adulto. Incluso empieza a sentirse atraído por la enfermera de la clínica dental donde se revisa, con la cual tiene una relación muy curiosa. Pero esta cuestión pasa a ser secundaria en el momento en que en su pueblo comienzan a aparecer pingüinos de la nada. Este misterio merece una profunda investigación, pero el chico pronto descubrirá que su “hermana mayor”, la enfermera de la clínica, está involucrada.

Esta obra de animación tira de ciencia ficción y humor, accesible a todos los públicos, para lanzar principalmente dos menajes: uno de conservación de la naturaleza y otro de redescubrimiento de la propia infancia, centrado no solo en Aoyama, sino también en una joven amiga con la que investigará cierta anomalía relacionada con todo esto de los pingüinos. Por muy precoz que se sea, siempre habrá tiempo para llegar a ser adulto, mientras tanto disfruta de tu tiempo sin tener tan presente el futuro. Película ligera, divertida, animada de una forma colorida y llamativa, que podría recordarnos un poco a Mamoru Hoshoda, y unos personajes con los que conectas enseguida, con los que es difícil no encariñarse. Ciertamente, Studio Colorido no debe envidiar nada a los grandes de la animación japonesa.

La cinta puede pecar de algo larga, de divagar en algún momento sobre las mismas situaciones, pero no aburre en ningún momento y siempre tendrás ganas de más pingüinos fuera de lugar.

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