La quinta entrega de nuestro repaso asiático al Sitges Film Festival de este 2018 trae buen cine, y alguno no tan bueno. Curioso, pero no tan bueno. Hablaremos un poco de la reivindicable película de terror india Tumbbad, de la más que dudosa cinta de acción filipina BuyBust y de otra maravilla, esta vez adaptación made in Corea del sur, como es Believer.

El cine indio no se prodiga mucho en el Festival de Sitges. Es cierto que en los últimos años nos hemos visto maravillados por los thrillers policíacos de Anurag Kashyap y otras producciones que han venido, en parte, de su mano, como la curiosa Autohead. También hemos tenido ese cine curioso y minoritario en espacios como Brigadoon, pero ya hace algún tiempo que no vemos demasiado de este tipo de productos. Es cierto que en la mayoría de ocasiones en que los indios se adentran en el fantaterror acaban haciendo cosas más hacia el cine de culto ”cutre” pop que al terror puramente dicho, con acabados dudosos y diversión a raudales, esto último sin pretenderlo claro está. Pero en esta ocasión es muy diferente.

Tumbbad comienza con una leyenda, una leyenda que narra un padre a su hijo y donde se cuenta como la Diosa de la Prosperidad concibió a todos sus hijos, siendo el primogénito Hastar. Este era el favorito de su madre, pero la avaricia lo consumía y cuando esta le ofreció poseer todo el oro o toda la comida, Hastar se decantó por lo primero e intento conseguir lo segundo luchando con sus hermanos dioses. Estos se reunieron para acabar con él, pero la diosa pidió clemencia y acabo encerrado y olvidado.

Tras esta narración -que esconde más de lo que he escrito- nos veremos situados en el pueblo de Tumbbad en la década de 1920, donde veremos a una sirvienta de un rico déspota y a sus hijos, bastardos del terrateniente. La película seguirá a varias generaciones de esta familia y su relación con un mítico tesoro oculto en la hacienda del rico déspota, que se supone la fuente de su riqueza. Esta es una historia de avaricia eterna, donde cada generación sucede a la anterior en un reflejo de su propia alma oscura, al igual que sucede con el propio Hastar. Además, leía una crítica de Joan Sala donde extendía esta parábola hacia la propia sociedad India, tomando la historia en su conjunto como referencias hacia el propio funcionamiento de su país, la avaricia como fuente de corrupción, como fuente de destrucción interna de la propia sociedad, algo que permanece a pesar de las generaciones. Un punto de vista que me parece muy interesante y acertado.

Esta es una de las mayores sorpresas que me he llevado este año en el festival, y es que Rail Barve y Adesh Prasad debutaban con esta producción en un género nada común en su país, y construyen una especie de oscuro cuento de hadas que sorprende sobre todo por su fuerza visual, su tremenda originalidad y su escalofriante imaginería. Toda su primera parte de desarrolla entre cielos grises y eternas tormentas, entre pasillos de una casa que casi parece una cueva, pasillos mortalmente oscuros solo iluminados con pequeñas lamparas de mano, donde las sombras juegan con el entendimiento. No obstante esta película se llevo el premio a mejor fotografía de esta edición del festival, y en mi opinión esa increíble atmósfera merece el premio con creces.

Otra historia muy diferente ocurrió con la última película hasta la fecha del filipino Erik Matti, director de la irreverente y bizarra crítica política oculta bajo la fachada de comedia de superheroes Gagamboy, de la excepcional cinta de sicarios que operan desde la cárcel On the Job, y la atmosférica cinta de terror sobrenatural Seklusyon -esta me gustó a pesar de su tramo final bastante dudoso-, entre otras. Si algo une la producción de este director es como siempre introduce, de forma más o menos clara, una fuerte crítica política o social a la situación de su país, y esta no iba a ser menos.

BuyBust se presentaba como una película de acción, la típica producción donde un grupo de fuerzas especiales se infiltra en un barrio marginal para capturar a un capo de la droga. Enseguida, y salvando las distancias, la gente pensó en The Raid, en The Night Comes for Us -que habíamos visto durante los primeros días de festival- y en toda esa amalgama de cintas de acción marcial indonesias que han creado escuela en occidente. Y esto no es ni mucho menos nada parecido.

BuyBust intenta ser un in crescendo, con un inicio pausado donde se intentan presentar los personajes y ponerlos en contexto, algo que no se hace especialmente bien, y donde las escasas escenas de acción se desarrollan en el apartado balístico. Luego, durante la falllida operación de infiltración, la acción se desata y comienzan las coreografías marciales, con sus típicos apuñalamientos, piruetas y salidas de tono, principalmente a cargo del luchado de UFC metido a actor Brandon Vera, para el que se reservan algunas magnificas coreografías. Su protagonistas, Anne Curtis, también tiene algunos grandes momentos, pero si algo puede dar BuyBust es lo mejor y lo peor, porque al igual que algunas de sus coreografías son bastante aceptables, e incluso muy vistosas, otras son de lo peor que se ha visto en años en este tipo de productos. Mención especial a un travelling donde la protagonista lucha por los tejados, rodado de una forma muy buena en el apartado técnico, pero que tiene unas coreografías terribles, tan malas que uno llega a pensar que esta hecho a propósito. Es incomprensible que me tengas media película con cosas relativamente bien llevadas para luego hacer esto. Conociendo a Erik Matti es que es hasta posible que lo hiciera a propósito, en serio, sería capaz con tal de desviar la atención a otras cosas que le interesaran más, pero eso habría que preguntárselo a él.

Pero la cosa no acaba aquí. La ambientación esta bien, con unos escenarios y una fotografía bastante acertada, pero luego su apartado sonoro tiene, nuevamente, momentos horribles, donde se mezcla sonido ambiente cono sonido de estudio prácticamente sin ecualizar, con cambios de ruido de fondo e incluso de volumen mientras hablan dos personajes -¿como es eso posible?-. Todo esto hace que reafirme lo que decía antes, esta película es capaz de cosas buenas y de cosas muy malas.

Pero ahora viene el toque, ese fondo que gusta dejar el director. Estamos acostumbrados a que “los buenos” terminen asesinando a centenares de sicarios de “los malos”, pero aquí, casi desde el principio, son los habitantes del gueto los que están hartos de verse inmersos en la guerra entre la policía y las bandas de la droga, así que deciden cargárselos a todos. Es muy curioso ver como la protagonista, una policía sobreviviendo a un ambiente hostil, termina apuñalando a señoras de media edad armadas con herramientas de labranza o cuchillos de cocina que atacan a todo lo que se mueve. Y así una vez, y otra, y otra… Las personas normales están hartas de ser pisoteadas tanto por los criminales como por la policía, y terminan siendo pisoteados, literalmente, por ambos. Corrupción policial, como el gobierno oculta hechos o se toma la justicia por su mano eliminando pruebas o testigos, son recurrentes en muchas películas que nos llegan de filipinas, y aquí están más que presentes. Y atención a sus últimas escenas, donde veréis lo que no se ve cuando termina una película de acción con decenas de muertos.

Que queréis que os diga. La película es dudosa en muchos momentos, pero yo me lo pasé muy bien viéndola, y los detalles diferenciadores que introduce su director me llamaron la atención y me gustaron mucho. Vedla sin pretensiones e igual la disfrutáis.

Nuestra última película de esta entrega nos traslada nuevamente a Corea del Sur, con la adaptación local de la película hongkonesa de 2013, dirigida por Johnnie To, Drug War. Dirige esta versión Lee Hae-young, que ya pasó por el festival con The Silenced (2015).

El guión de Believer no difiere mucho de su original. Un equipo policial, cuyo líder es interpretado por Cho Jin-Woong -actor de moda en Corea y que ha estado en casi todas las películas de aquel país que hemos visto en Sitges-, captura a un miembro -al que da vida Ryoo Joon-Yeol– de la banda de narcotraficantes del desconocido señor Lee, y le propone colaborar para detenerlo.

Creo que este es un ejercicio muy interesante y meritorio, que adapta el guión con cierta variación local que no desmerece el original, simplemente le da otro estilo. Charlando con el director nos contaba que había intentando mantener el ritmo de la primera parte de Drug War, modificando su tramo final para darle otro enfoque, y creo que eso se ve bastante bien. No es fácil trasladar literalmente el concepto de triada a Corea, donde la delincuencia organizada no se mueve tanto con matones de barrio y trafico de drogas, sino más a nivel empresarial y financiero. Cuando la estaba viendo, sin recordar que era una adaptación de la película de To, le veía un estilo diferente al de muchos thrillers criminales del país: su desarrollo, el hecho de tener una banda sonora que se aleja de las piezas de música clásica que acompañan a muchas películas locales. Believer no tiene ese estilizado mafioso de semblante serio y autosuficiente, sino que tiene un estilo algo más mundano que le queda perfectamente al resultado final, y al tono general de la producción.

Dentro del juego de disfraces y engaños en que se convierte su guión, con un acabado técnico sobresaliente y un apartado interpretativo más que competente, hay que destacar el papel de Kim Ju-Hyeok como el mafioso chino que intenta negociar con los policías que están suplantando a su vez a los lideres locales. Una interpretación excéntrica y pasada de vueltas en un papel negativo que no suele verse en una gran estrella coreana, que suelen rechazar estos papeles por miedo a dañar su popularidad. Kim no solo lo acepta, sino que lo borda con un carisma abrumador que será recordado por todo aquel que vea la película. Además este será el último papel del actor, ya que poco después fallecería en un accidente, noticia muy sonada tanto dentro como fuera del país.

Sea como fuere, Believer es una película entretenida y solvente, que no defrauda a pesar de alejarse en ciertos aspectos de la obra original.

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