Tag

Los miembros del movimiento surrealista en plena efervescencia de las vanguardias artísticas en la primera mitad del siglo XX solían divertirse entrando en una sala de cine, observando la proyección durante unos diez minutos, y seguidamente abandonándola para entrar a otra. El conglomerado de los distintos filmes que acababan viendo proyectaba en su cabeza algo más cercano a la incoherencia onírica que al relato clásico que suponían la mayoría de películas del momento. Y un poco esa es la sensación que provoca el filme Tag de Sion Sono, uno de sus tres trabajos presentados en el pasado Festival de Sitges. Ya le vimos disfrutar en Why Don’t You Play in Hell? (2013) del divertimento que suponía unir dentro del espacio fílmico las fijaciones, deseos y amor que el director sentía por el cine y por como debía de valer todo con tal de lograr hacer el largometraje que realmente lucha por plasmar.

Sion Sono juega con el desconcierto desde sus inicios, nos hace empatizar con un personaje femenino que se ve arrastrado por el suceso continuo de las circunstancias, empujada por el devenir fílmico del metraje. Perdida y desubicada, no podemos olvidar Noriko’s Table Dinner (2005), volviendo a incidir en esa inevitable necesidad de colocar la figura femenina en un entorno artificial que se sustenta sobre las bases falsarias de la voluntad ajena y a su vez del poder inventivo cinematográfico. Muestra la violencia descarnada, la acción disparatada, pero Sono también tiene tiempo para la pausa, para el reflejo de las vivencias adolescentes, por unir forma y fondo con unos planos en movimiento que irradian de libertad las aspiraciones que siente su protagonista. La amistad verdadera y las ganas de vivir, la meditación sobre lo que es inamovible y está marcado por el destino y lo que realmente está en la mano del propio ser. ¿Está todo ya inscrito en un guion o realmente hay hueco para escapar de un final ya escrito?

Las mujeres confeccionan su entorno, empezando por quienes se preocupan por su bienestar, pero enseguida enturbiando su existencia, tratando de asesinarla, persiguiéndola vestidas de negro como los agentes de Matrix. Serán también ellas las que le animen a seguir adelante en su carrera, pero a su vez tratarán de obligarla a casarse con un ser inmundo con tal de hacerla sentirse partícipe, de manera indeseada, de la voluntad masculina que observa a la mujer como un simple juguete con el cual llevar a cabo sus más que insanas y egoístas voluntades. No podemos olvidar el papel que juega el rol de la mujer en la sociedad japonesa, una de las más machistas dentro de las potencias del primer mundo. El sacrificio que ésta siempre ha estado dispuesta a hacer por el hombre y que tantas veces hemos visto reflejado en los clásicos (Historia del último crisantemo, 1939 de Mizoguchi o El almuerzo, 1951 de Mikio Naruse por citar solo un par de ejemplos), ha llegado a unos extremos donde la cosificación del sexo femenino ha llegado a condicionar todos los aspectos de su vida, incluso sin tener en cuenta si sigue viva. Se utiliza su imagen (recordando en cierta medida el filme israelí El congreso de Ari Folman) sin permiso alguno, violándola en todos los sentidos, viéndose en las manos de un arquitecto que de nuevo nos recuerda a Matrix, y al mismo tiempo gozando de la confianza de un autor que siente y padece con su heroína, dándole desde su posición más elevada dentro de este producto, la oportunidad por primera vez, de decidir por si misma.

Redacción: Luis Suñer (@luisuner1990)

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