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1. La llegada del taiyozoku. El principio del cambio.

En los años de la posguerra se advierte un cambio fundamental en la sociedad japonesa. Quizás fuera por la influencia norteamericana o quizás por las enormes diferencias que aparecieron entre la generación anterior a la guerra y la generación posterior, lo cierto es que a principios de los años 50 la juventud japonesa empieza a agruparse en grupos subculturales, en bandas o simplemente grupos de amigos con intereses comunes, pero de vocación marginal o altamente diferenciados del resto de la sociedad. Un cambio que no solo afecta al Japón, sino también a EEUU (muchas películas lo certificaron, como Rebel without a cause, de Nicholas Ray) y, en menor medida, a muchos países europeos. En Japón, estos grupos son denominados zoku (tribus) y su importancia va más allá de la diferenciación juvenil. Se trata de un profundo cambio psicológico, donde la familia deja de ser el primer órgano de relación social. En las películas de Ozu y Naruse, todo parece girar alrededor del hogar, en el que viven familias numerosas, de varias generaciones. Los zoku irán poco a poco variando esta situación.

En el año 1956 se producirá un gran avance en el reconocimiento de esta tendencia. Es el año en el que Shintaro Ishihara escribe Taiyo no kisetsu (La estación del sol), obra con la que ganará el prestigioso premio literario Akutagawa, el de mayor reconocimiento de Japón. Ishihara hoy en día es conocido por ser el gobernador de Tokio desde hace más de una década, así como por su política ultraderechista (negacionista de los crímenes cometidos por Japón en la guerra del pacífico, anticomunista, xenófobo…) que le ha valido ser llamado el “Le Pen japonés”. Sin embargo, La estación del sol fue un libro revolucionario que reflejaba a la perfección el sentir de muchos jóvenes, que no se reconocían en la tradición de sus padres y que vivían entre la rebeldía y el miedo al futuro. Ishihara apelaba al término taiyozoku (tribu del sol), que la prensa amarilla utilizaba para referirse a esa generación de jóvenes que nació en el seno de una familia relativamente acomodada, pero que renegaba por completo de sus progenitores y apostaba por una vida más relajada y occidental, de gran liberación social y sexual.

El taiyozoku como movimiento no lo inventa Ishihara, pero sí es el que lo define. En el año 1950, Mikio Naruse filma la interesante Ikari no machi (La calle sin piedad), donde ya reflejaba esta ansiedad juvenil. En esta película de posguerra, el director de Nubes dipersas mostraba a unos jóvenes que llevaban una doble vida: una como respetables hijos y otra como juerguistas y timadores. Naruse también filmaba los bailes nocturnos en locales para jóvenes, una práctica que se repetirá en todos los filmes taiyozoku. Sin embargo, aunque el maestro japonés filmaba ese mundo, lo cierto es que estaba al servicio de un discurso muy crítico con ellos, como un “lado negativo” que había que expurgar, para poder seguir adelante. El drama se resolvía cuando los jóvenes regresaban a la buena senda y ayudaban a su familia a sobrevivir.

El éxito del libro de Ishihara no pasó desapercibido para la industria cinematográfica japonesa, que en aquel tiempo se encontraba en el apogeo de lo que se denomina la Segunda Edad de Oro del cine japonés, que se refiere a la época de mayor desarrollo de los estudios clásicos (Toei, Daiei, Toho, Shintoho, Nikkatsu y Sochiku) tras la Segunda Guerra Mundial. En el mismo año de la publicación de la novela, la Nikkatsu estrenó una película basada en el éxito de Ishihara. Escrita y dirigida por Takumi Furukawa (debutante también y que años más tarde haría otra película importante como Cruel Gun Story, para, después, marcharse, como otros directores japoneses, a Hong Kong y rodar para la Shaw Brothers), fue también un éxito rotundo que dejó claro que algo estaba cambiando en la cultura japonesa. Además, en la película hacía su debut Yujiro Ishihara, hermano pequeño del escritor de La estación del sol, que se iba a convertir en los años venideros en la gran estrella del mercado adolescente japonés, a la manera de un Elvis Presley o un James Dean.

Sin embargo, el que iría un paso más allá y convirtió un producto juvenil en un arma de reflexión social fue Kon Ichikawa. Tomando como base otro trabajo de Shintaro Ishihara, el famoso director japonés estrena, apenas un mes después de Taiyo no kisetsu y en plena fiebre del taiyozoku, Shokei no heya (Sala de castigo). Esta película dejaba atrás la conciencia juvenil y el fatalismo romántico de la primera película taiyozoku y llevaba todos sus principios al extremo. Shokei no heya mostraba una juventud japonesa violenta y desapegada de todo tipo de valores tradicionales. Adolescentes que se emborrachaban y abusaban sexualmente de mujeres. En su casting encontramos a otra actriz juvenil, Ayako Wakao, toda una estrella en Japón que ya había trabajado con un director de renombre como Kenji Mizoguchi.

La película levantó un enorme revuelo en Japón, porque sobrepasaba todos los límites que la sociedad estaba dispuesta a soportar. El giro argumental que se solía producir en el último tercio para redimir a los personajes, aquí se volvía de forma perversa contra ellos, mostrando una violencia aún mayor. Esta producción intentó ser la aportación de la compañía Daiei a este nuevo movimiento, pero la personalidad de Ichikawa se impuso sobre los intereses comerciales.

A pesar de estos acontecimientos, la película taiyozoku más recordada es, sin lugar a dudas, Kurutta kajitsu (Fruta loca), de Ko Nakahira. Fue el primer guión cinematográfico de Shintaro Ishihara y contaba en su reparto con su hermano pequeño. De nuevo, la Nikkatsu fue la compañía que mejor leyó el mercado y se anotó otro tanto, con una bella película que sucedía en un pequeño pueblo costero donde dos hermanos muy diferentes (uno altivo y turbio, el otro inocente y callado) se disputaban el amor de una chica enigmática, que en realidad trabajaba como prostituta. Una película con elementos difícilmente digeribles para la actitud conservadora de la sociedad japonesa, pero también con aliento romántico y desesperado, con una ingenua poética juvenil y un final trágico que demostró que el taiyozoku era algo más que jóvenes problemáticos en busca de juerga, alcohol y sexo.

Nakahira declaró a propósito de su película que “Taiyo no kisetsu glorificaba la tribu del sol, Shokei no heya la criticaba, yo quise burlarme de ella”. Sin embargo, en esta película hay mucho más que burla. Existe una voluntad por definir a estos nuevos jóvenes, sin necesidad de ponerlos bajo la lupa de otros valores, más bien explicándolos en su propio contexto. El director había conseguido un éxito rotundo, pero su carrera posterior no consiguió lo mismo. Tras llevar a la pantalla varios guiones de Kaneto Shindo, la crisis de la industria japonesa debido a la aparición de la televisión le obligó a dirigir su carrera hacia cintas más comerciales, terminando, al igual que Furukawa, en el imperio de los hermanos Shaw en Hong Kong, donde realizó alguna película interesante como Diary of a Lady Killer. Su temprana muerte en el año 78 (con 52 años de edad) puede significar el fracaso de un cine que, debido a su apego a su más inmediata contemporaneidad, no consiguió desarrollarse. La tribu del sol murió en su momento de mayor esplendor.

Al final, la mayoría de directores, actores y demás equipo creativo implicado en el auge del taiyozoku se fue dispersando y buscando acogida en otros territorios. Yujiro Ishihara, estrella juvenil que iba más allá de su papel como actor, acabó dirigiendo su carrera hacia filmes policiacos más “pactistas”. Nakahira y Furukawa nunca desplegaron el potencial mostrado en sus óperas primas. Al final, resulta paradójico que el creador de este efímero movimiento terminara convertido en el principal faro ultraderechista de la sociedad japonesa.

– Fruta loca (Kurutta kajitsu, Ko Nakahira, 1956)
– La estación del sol (Taiyo no kisetsu, Takumi Furukawa, 1956)
– Habitación de castigo (Shokei no heya, Kon Ichikawa, 1956)
– El hombre que empezó una tormenta (Arashi o yobu otoko, Umetsugu Inoue, 1957)
– La edad de la desnudez (Suppadaka no nenrei, Seijun Suzuki, 1959)

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